_NOVIEMBRE. DIA III.
PUNTO SEGUNDO.
C
onsidera que aun
consultan.doprecisamente
a
la luz
de
la
razon nat
ural, no se encuentra mayor gran–
deza en la tierra que
la
vid~
de una persona dedicada
únicamente al cuidado de servir
a
Di ·
s.
Quando
en
me–
dio de los embelesos' de los pasatiempos,
de
las p reten–
siones
y
de los negócios que r€parten
€1Hre
sí el cora–
zon de los hombres,
y
se sotben toda su apl icacion, ves
un
hombre ~
segu n el corazon de Dios,
c~mo
tm San Ma–
lachlas
y
como tantos otros Santos que en este mundo
. no aspiráron
a
otra cosa que
a
la dicha de agradarle: que
consideiáron como su principal obligacion, como su
·qias
estimada herencia el cumplimiento de la ley de Dios:
/
Pórtio mea
,
Dómine
,
dix i custodíre legem tuarn
: quando
se nos ponen delante de los ojos' unas personas, cuyo ca–
rácter es
la
pureza de costumbres , la rectitud ,
la
pru–
dencia y · la buena fe : unas personas humildes , modec;;tas,
exentas de los asaltos' de los ímpetus de las pasiones, cu-
ya inalteráble mansedumbre, cuya caridad universal,
y
cuya exemplat virtud es objeto de la admiracion comun;
no nos pareGen estas personas las mas cuerdas , las mas
grandes, las mas estimables de todos los
hombres~
En
esto consiste , pues , la verdadera grandeza : esto constitu-
ye el mérito verdadero. Toda otra grandeza envejece con .
nosotros , y por decirlo así , se
va
d~bilitando
con la edad;
por lo ménos es cierto que se acaba con la vida. La muer-
te despoja al hombre de todos sus bienes: el mas brillan-
te e plendor se apaga con el último soplo: qué es lo que
queda en el sepulcro de todas las grandezas humanas? So–
lamente la santidad es aquel precioso tesoro, cuyo valor
no puede disminuir el tiempo: es aquel único bien
de
oue
no nos despoja
la
muerte; ántes bien la misma muerte
~da
nuevo lustre
a
la santi.dad: los santos son mayores quan-
do muertos que quando vivos,
y
nunca se respeta mas
la
santidad que quando la a eguró ya la · sepultura. Por
eso Dios,
a
quien toca privativamente hacer juicio sano
de la verdadera grandeza, no reconoce otra que la san–
tidad. Lo que parece grande
a
los ojos del mundo, es abo–
minable
a
los de Dios,
y
lo que parece despreciable
a
Jos
hombres ,
es
grande en
su
pre~encia.
Erit magnus
,
dixo
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2
el