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NOVIEMBRE. DIA 111.

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ribarles del trono, determináron deshacerse de una vez de

semejantes rezelos ., dando un golpe que acabase entera•

mente con los christianos,

y

produxese en su pecho la

tranquilidad. Expidiéron

~

pués, un decreto, por el qual

abolían todas sus iglesias, lt:!s prohibían las juntas pri–

vadas en qualquiera pueblo sujeto al imperio, imponien–

do pena de destierro

a

los contraventores '

y

llevando

su

crueldad impía hasta- el extremo de que qualquiera

pudiese ser demandante contra un christiano;

y

quitarle

la vida por sí mismo si persistía en su religion. Para

este efecto expidiéron ministros por todas las regiones

y

provincias , dándoles la inst.ruccion de que

primera~

mente llamasen

a

los christianos

a

su tribunal '

y

proba·

sen con blanduras ' halagos

y

promesas atraerlos

a

dar

incienso

a

los dioses ' dándoles

a

conocer ' que en esto

obedecerían

a

los emperadores,

y

se harian acreedores

a

sus beneficencias ; pero que si por el contrario eran

pertinaces en permanecer en su religion -contraviniendo

el

los decretos de los emperadores' experimentarían el

t'1ltimo suplicio por medio de los mas exquisitos tormen–

tos. Saliéron por todas partes los crueles ministros acom–

pañados de una turba de satélites conformes en todo

a

sus

intenciones ,

y

los mas oportunos para la execucion de los

iniquos decretos. Señalóse entr.e todos Daciano , hombre

perverso, de entrañas duras ,

y

de costumbres- corrám–

pidas

i

el qual, habiendo conseguido -de los emperado...

res que le destinasen con esta comision

a

España, en–

tró en ella como pudiera un sangriento lobo entrar en

una manada de inocentes corderos.

~n

quantas ciuda–

des estuvo en todas dexó auténticas señales de su feroci–

dad sacrílega , dexando bañadas en sangre de christianoj

las calles

y

las plazas.; pero al mismo

tiem.po

viendo con

confusion suya que se arraigaba mas

y

ma~

.el nombre

de Jesu-Chrísto,

y

se multiplicaban sus adoradores.

Llegó finalmente.

a

Zaragoza con el mismo espíritu dia•

bólico que hasta allí. .le había agitado ,

y

con la esperanza

de que, exterminados los chrístianos de aquella ciudad, que

era mirada por todas

sus

circunstancias como el centro

del chris.tianismo, le sería fácil conseguir otro tan to en

toda la península. Con esta persuasion derramó la san–

gre de San

Vicente ,

.quien no solamente ilustró aquella ciu-

D 4

dad