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desaten sus maldicientes lenguas muchos misel'ables,

y

aun–

que empapen de sangre sus plumas algunos escritores; da este

malhlld~do

y tenebroso siglo, para desacreditar la pc»ireza .

voluntaria; siempre ha <le haber en la I glesia CatMica q4'[ienes

h agan

á

D ios sagr ado holocausto de cuanto posean y tengan

esperanza de

pose~r.

P ues, como esta Madre comun ele los

fie les es Santa, porqu e su Cabeza es J esu-Cristo, Santo por

esencia, y porque rccibio de él mismo

la

doctrina contenida

en el E vanjclio; ha de tener hasta la consumacion de los si–

glos, un pequeño rebaño compuesto de hijos fervorosos.Y per–

fectos que con el poderoso auxilio de la gracia, imiten la po–

breza de su d ivino modelo, bien S<'a en los claustros, bi en en

los desiertos, ó bien en el retiro ele sus casas, como le imi ta-

1·on de estos di ve1•sos modos muchísimas personas d e uno y

otro sexo, y de tocia clase

y

d ignidad, antes que se fundasen

R elijiones m onasticas, y se construyesen espaciosos conven–

'tos entre populosas sociedades.

Uno de estos pobres voluntarios, fue sin duda el Bie–

na·:enturado Fray JVIartin. Amó la pobreza desde sus ti ernos

años; hizo voto ele ella en la Religion, y jamás dej ó de amar–

la hasta el último inst-·uHe de su Yid a. Se ha d icho que en su

primera edad, luego que tuvo u so de razoB, se privaba de lo

que lícitamente podia usar; en cuyo desapropio, no solo se

d escubría su caridad hacia los indigentes, y un anticipado es–

píritu ele mortificacion, sino tambien su amor

á

la pobr eza.

Este se hizo mas notorio, cuando siendo adulto, y ganando

en su oficio, se abS'teni_¡t aun d e lo necesario, di stribuye ido

cuanto g:tnaba entre los pobres, para asemej arse

a

ellos. ?ero

en lit R eligion creció hasta el estremo su amor

a

esta , irtud .

Habiendo renunciado efectivamente con pl ena voluntad

y

para siempre, las esperanzas lisonjeras del siglo, se hizo pobre

en lo material, asrcomo lo era en el espíritu. Tenia porcel–

da la roperia de los enfermos, donde no había mueble ningu–

no qne le perteneciese:

su H ábito era de cordellate, y la tu–

nica interior de j erga gruesa y tosca: j amas tuvo dos hábitos,

ni dos tunicas, ni se despojaba de ninguna, hasta que por raí–

da la anterior, no podia consen·arse en su Cl!erpo. Viendo.se–

la un din muy rotosa y sucia su hermana, qui so darle otra;

mas no se la admitió el Siervo de Dios, diciendola: H ermana,

CR

la R eligion no parecen mal hábitos pobres y remendados,

sino costumbres reprensibles

y

asquerosas.

Si tuviera do>

tu nicas, no esperimentari-a las n ecesidades de pobre Religio•

so.

Cuando lavo lit tunica, me que.-Jo solo con el H ábito,

:>

para lavar este, me basta la tunica,

y

asi tengo cuanto necesi to ."