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esta virtud con las siguientes pnlab.ras:
La caridad
de
Dios estti
difwndida en nuestros corazones, por el Espíritu Sat1to que se nos ha
dado. ¿Ignorais que vttestros cuerpos son templo del Espírlttt Santo
que habita en vosotros?
Y el discípulo amado dice:
· Dios es cari–
dau.
Apoyado en esta verdad de
fé
dice San Agustín:
No
envie–
mos lejos para que wa á Dios el que tiene caridad. Oiga can atencion
la voz de
m
conciencia,
y
en ella vaá á Dios. Si no mom allí la ca–
ridad, tampoco haúita Dios. Qtden quüra verle sentado en el cielo,
/.e11ga caridad,
y
habitará en
et
como
en
el
cielo.
Por lo cual eP,señan los teólogos, que el Padre
y
el Hijo ea-
.; viau el Espíritu Sa nto
á
los justos, para que no solo !Dore en sus
almas santificándolas con sus gracias, siuo tambien en sus cuer–
pos honrándolos con su presencia;
y.
que el mismo amor divino
que une dulcemente
al
Padre eterno con su único Hijo en la
divinidad, es el sagrado víncu lo que estrecha
á
Jos hij os adop–
tivos de Dios -con su Pad re celestial, mientras viveu en su gra–
cia, adornados con Ja estola de la ca ridad . Asi es que, si viendo
á
una persona, estuviésemos ciertos .de que vive con la vida de
l<t
gracia, deberíamos respetar
y
<1do rar en ell a al Espíritu di–
vino, en quien reside la plenitud ,de Ja dirinidad ; al modo que
el Seüor San José adora ria al Ve rbo humanado oculto en el se–
no virginal de su purísima esposa;
y
así como los fi eles católi–
cos Je adoramos eu el sacramento del alta r. ¡Tan gra nd e es la
virtud de la caridad! ¡Tan sublime la dicha de toda alma que la
posee por la gracia! ¡Ta1\to nos mereció Jesucristo con su en–
carnaciou
y
su muerte! Pero como esta virtu¡I conte nga dos
preceptos, amor
á
Dios
y
al prójimo;
y
como cada uno de
ello~
puede cumpl irse mas ó meuos perfectamente, expondré sus
grados, para que se vea Ja heroicid ad con que fray
~fartin
prac–
ticó e
sta virtud , tanto con respecto
á
Dios, conlo
a
sus prójimos.
Su
am.orá
Dios.-Sabemos que el precepto de Ja caridad con
r especto
áDios que obli ga
á
los cristianos, como obligaba
á
los
judios, está concebido en estos términos:
.4ina1·ás
á
tu Dios
y
Señor con todo tu corazon, con toda
'"
alma,
co11
toda tu mente,
y
con fodas tus fuerzas.
Por cuyo mhndato debemos referir
IÍ
Dios,
á
lo menos habitualmente, todos nuestros penrnmiertos, todas
nuestras palabras )' todas nuestras obras. Así es qu e solo cum–
ple con este precepto, segun San Bernardo, qniei1 no Jo que–
lirauta ni por el atractivo de los halagos, ni por ·1a scducciou
del engalio, ni por la impresion de lns injurias. Por lo tunto,
•
insulta
a
Dios quien dice que le anrn , cuando su conciencia le
acusa de que está volunturiamente en su desgrac ia rorcual–
quiera grave violacion de la ley. Y aunque no se haya perdido
enteramente Ja caridad, son inútiles
y
nada provechosos sus