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DI! PHOCI'i.f•

I I I

sualidad encendido en

le .~

Ciudadanos de·

dicados

á

los placeres ,

periJ,~osos

, é indife–

rentes en el amor

á

la

glori'·Í~

no es mas que

un zelo muy transeunte,

C.i.Jl

el qua! seria

imprudencia contar, y del que no podria

sacar la Política alguna ventaja durable. Na–

cida esta planta e1J una tierra, que puede lla–

marse extraña, y mal preparada para reci–

btffa, y criarla, moriria en naciendo. No

hay orden para semejante amor ; y si que–

reis que el Ciudadano ame su patria , abrid ·

su corazon

á

esta virtud por

la

práctica de

las que os hablé ayer.

Convengo , dixo Aristias , en que colo–

queis el amor

á

la patria en la clase de las

mas sublimes virtnoes , de donde se deriven

todos los bienes de la Sociedad : que con la

justicia, la prudencia, y el valor, sea el tér–

mino

á

que debe conducirnos la Política

po~

1

la templanza, el amor al trabajo, y

á

Ja glo·

ria , y el temor de los Dioses : os engaiíaria

dandoos ese gusto , pues no depende de mí

el disponer de las virtudes, y su clase, como

Jo hace un señor con sus esclavos.

Por la naturaleza de las cosas, prosiguió

Phocion, hay algunas virtudes, que para

executar el bien con ellas , no tienen mas ne·

cesidad los hombres, que consultarlas. De

estas son la justicia , Ja prudencia, y el valor.

Pero hay otras subordinadas entre sí; y es

de-