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ENTRE,T,'ENIMIENTOS
únos Dioses parecidos á ellos. Yo concedo,
que pueda haber hombres tan perversos,
que en su mayor furor ofendan, no á Mar–
te, Venus ,
ú
otro D ios, que les agrade, co·
mo
á
Homero; sino al Supremo Ser, que
Sócrates adoraba. ¿Pero qué. inferirán de es–
to Jos Sofisticas? Lo que etlinutil para diez,
ó
doce insensatos del mundo , ¿lo será
ig~
mente para todos los hombres? Porque las
leyes, los Magistrados,
y
los castigos, que
emplea la Política para poner algun medio
entre los hombres, y
el
delito, no produz–
can efecto en 1nuchas al1nas atroces, ¿se
ha
de mirar la legislacion como un resorte vano
para guiarnos al bien? ¿Se han de destruir
las leyes , y se ha de despojar de su autoridad
á
los Magistrados?
Bien sé q uan esclavos somos de nuestras
pasiones. En turbándose nuestra razon por
Jo que ven los sentidos, puede sin duda dis–
traernos del temor de los Dioses; pero no
dexa de ser este temor el freno de muchos.
Í'or otra parte, no dura mucho, su embria–
guez ; porque tiene sus h1stantes para reco–
nocerse Ja razon;
y
entonces la idea de un
Dio~
justiciero, debe espantar, y turbar sa–
ludablem.ente al culpado. Despucs llega la
ed~d,
se debilitan las pasiones, y por lo me•
nos Jos efectos de la Religion reparan Jos
males, que no han podido prevenir. D etes-
tan