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tar la cruzada que destruiría el ídolo de barro.

De este dificil empeño, en el que la inteligen–

cia se ve aguzada

y

estrechada, brotó la dialé(–

tica, astutamente desenvuelta por la argumen–

tación ele Zenón de E lea.

El panteísmo idealista del Ser absoluto é in-·

móvil de Parmenides, e l escepticismo general

que domina en toda la escuela. so n extravíos

que no pueden equivalerá los beneficios que

los eleáticos reportaron á la hi storia de la filoso–

f1a . Ellos, arrancando al pensamiento de lama –

teria, señalan á aquél un más hermoso y digno

horizonte, y, para desenvolverse, le descubren

y

e ntregan una preciosa a rma, de la que la

ciencia filosófica no se desprenderá jamás. El

empleo de esta arma, es, sin embargo, suma–

mente peligroso, porque se co rre e l mismo

riesgo del incauto que se emborracha al exce–

derse en la bebida ele un li co r fuerte. Enton–

ces en lugar ele existir las realidades que el

pensamiento concibe, ellas son me ras visiones

que inventa la inteli ge ncia a lucin ada .

Asi ia dial éc tica. en imprudente uso, hace

desbordar sobre la filosof1a griega, en el ocaso

ele su primer período, á una turba de intriga!1

te-;, que ll amándose a l principio sabios. con–

vierte n

á

la ciencia filosófica en el arte de dis–

putar; con.funden sus afirmaciones; destruyen,

desde la concepción ontológica hasta el pre–

cepto moral, todos sus ideales

y

esperanzas,

para realizar en medio de tanto escombro

y

ruina, por ·medio de una presuntuosa

y

hueca

peroración, su miserable granjería.

En presencia de este desconsolador resul-

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