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de los soberi;mos
y
los legisladores, las preocupa–
ciones de la edncacion etc.-es ela,ro que el consen–
timiento unánime de los pueblos no es una prueba
de la existencia de Dios.»
Desde luego el consentimiento de los pueblos,
por la sola razon de ser unánime, no puede haber
tenido por causa ninguna fuente de error. La ex–
periencia ha probado que el error está necesaria.–
mente circunscrito á ciertos tiempos
y
lugares,
y
nuestra naturaleza nos
lleva invenciblemente
~
considerar
la.
universalidad de tiempo
y
d.e lugar
como una prueba manifiesta de la verdad.
Pero, admitiendo la suposicion de los atéos, no ae
necesita gran trabuj'.> para probar que la uná.nime
crenci¡¡. de Dios no ha podido deducir su origen de
.ninguna de la.s causas que ellos alegan:
1.
0
si
tl
consentimiento de los pueblos, sobre la existencia
de Dios, hubiese tenido su origen en la ignorancia
se habria disipado con el progreso de las luces,
y
sin embargo, en todo tiempo se ha visto á los
mas grandes génios,
á
los espíritus mas esclarecidos
creer en su existencia. Podemos, por otro lado, de–
f!afiar á los atéos para que expliquen los fenómeno¡¡
de la naturaleza por otra causa racional que no
sea Dios: 2.
0
la asercion impía de Petrono, el lati–
no,
pr~mo~
in
orbe deos fecit tímor.
Sin embargo, si
la creencia en Dios proviniesP. realmente del temor
ocasionado por ciertos fenómenos de la naturaleza,
tales como los estragos del rayo, los temblores de la
tierra
y
otras catáf:trofcs semejantes, los hombres se
representarían
á-
Dios como un tirano cruel
y
formi–
dable, mientras que, por el contrario, se lo n •presen–
tan generalmente por todas partes como un ser por
exelencia bueno
y
bienhechor. El mundo antiguo
y
moderno conoce la inscripcion latina D. O. M.,
.Deo, Optimo, Múximo:
todos han leido en Quinto
Curcio estas palabras de los Seytas
á
Alejandro
«si
(leus
est, tribuere
mortalilJu,s
beneficia debe$,
non sut1