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-7-

~supongamos

que dos

mil

personas me dicen ha–

ber visto al filósofo que refuto, los unos me lo pre–

sentan como un hombre sábio, modesto, religioso,

afable, claro y profundo metafísico; los otros, lige–

ro, puntilloso, enredista, astuto, irreligioso y super–

ficial ¿creeré por esto que no ha existido d'Alem–

bert,

y

diré que creer á este académico lo que no

ba sido es casi lo mismo que creer que no existe?

No, sin duda; aunque toúos estos testimonios no pue–

dan autorizarme

á

afirmar acerca de sus calida–

des personales, estaré sin embargo muy cierto de

su existencia: ve aquí precisamente sobre lo que re–

cae la fuerza de la prueba moral, ó el consentimien–

to del universo acerca de la existencia de

Dios~Nadie puede, pues, concluir de la diferencia de opi–

niones sobre los atributos de Dios que no hay una–

nimidad sobre su existencia.

Tampoco sería razonable separar del consenti–

miento de los pueblos la opinion de los filósofos que

han mirado en Dios el

nlma del m.imdo.

Varron el

mas docto de los Romanos enseña, con relacion

á

San Agustín que-<<solo han comprendido la natu–

raleza de Dios, los que han creído que es el alma

que gohierna al mundo por el movimiento y la ra–

zom-Representarse

á

Dios como un ser inteligente

que anima y gobierna el mundo, del mismo modo

que el alma gobierna al cuerpo, no es en verdad

tener una idea exacta de Dios; pero es evidente

que es una opinion que no coloca

á

los que la sos–

tienen en el número de los atéos.

T ercera objecion.- <<El

consentimiento unánime

de los pueblos no puede proponerse como prue–

ba de la existencia de Dios, si este consentimiento

ha podido derivar su 01-ígen de alguna fuente de

error; y como el con

sentimiento

popular se funda

muchas veces en la

ignoranr.ia

de las leyes que go–

biernan el universo,

en el temo

r ocasionado por los

fenómenos terribles de la naturaleza, en la política