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~supongamos
que dos
mil
personas me dicen ha–
ber visto al filósofo que refuto, los unos me lo pre–
sentan como un hombre sábio, modesto, religioso,
afable, claro y profundo metafísico; los otros, lige–
ro, puntilloso, enredista, astuto, irreligioso y super–
ficial ¿creeré por esto que no ha existido d'Alem–
bert,
y
diré que creer á este académico lo que no
ba sido es casi lo mismo que creer que no existe?
No, sin duda; aunque toúos estos testimonios no pue–
dan autorizarme
á
afirmar acerca de sus calida–
des personales, estaré sin embargo muy cierto de
su existencia: ve aquí precisamente sobre lo que re–
cae la fuerza de la prueba moral, ó el consentimien–
to del universo acerca de la existencia de
Dios~Nadie puede, pues, concluir de la diferencia de opi–
niones sobre los atributos de Dios que no hay una–
nimidad sobre su existencia.
Tampoco sería razonable separar del consenti–
miento de los pueblos la opinion de los filósofos que
han mirado en Dios el
nlma del m.imdo.
Varron el
mas docto de los Romanos enseña, con relacion
á
San Agustín que-<<solo han comprendido la natu–
raleza de Dios, los que han creído que es el alma
que gohierna al mundo por el movimiento y la ra–
zom-Representarse
á
Dios como un ser inteligente
que anima y gobierna el mundo, del mismo modo
que el alma gobierna al cuerpo, no es en verdad
tener una idea exacta de Dios; pero es evidente
que es una opinion que no coloca
á
los que la sos–
tienen en el número de los atéos.
T ercera objecion.- <<El
consentimiento unánime
de los pueblos no puede proponerse como prue–
ba de la existencia de Dios, si este consentimiento
ha podido derivar su 01-ígen de alguna fuente de
error; y como el con
sentimientopopular se funda
muchas veces en la
ignoranr.iade las leyes que go–
biernan el universo,
en el temor ocasionado por los
fenómenos terribles de la naturaleza, en la política
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