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ntc nlla gens usqurim est adeo extra leges mnre1que
pr_oj ecta,, nt non aliquo¡¡ deos credat.»
Escuchemos
a.hora
á
Plutarco,
contr~
el epicureo Colotés (31.ª)
•Dirijid, dice, vuestra vista sobre la faz de la tierra,
podeis encontrar ciudades sin fortificaciones, sin
bellas letras, sin magistratura regular, pueblos sin
habitaciones distintas, sin posesiones fijae, sin el
uso de la moneda, en la mas completa ignorancia
de las bellas artes; pero no hallareis en ninguna.
parte una ciudad, una villa, sin el conocimiento
de Dios, sin el culto religioso
á
la divinidad.» Su
creencia era tan univer;;al entre los antiguos que
se vé al ateo Lucrecio (Lib
1.
0
de
rurum natu–
ra)
felicitar
á
Epicuro su maestro de haber si–
do el primero que hubiese osado levantar la cabeza
en medio de los pueblos encorbados, segun dice,
bajo el yugo de la supersticion. En fin, es constan–
te,
segun los testimonios
que
nos ha dejado la anti–
güedad, que
ia
creencia en la. existeneia de Dios se
hallaba en vigor entre los egipcios, los caldeos, los
persas, los asiáticos, los árabes, los griegos, los ro–
manos y los seyt as, etc. Por otra parte, no se sabe
hasta ahora que alguno haya encontrado un lugar
donde no existiesen vestigios de esta fé universal
del género humano: los templos, los altares, los sa–
crificios, las fiestas religiosas, las estátuas de los
dioses, las apoteositi, el Eliseo el Ténaro
ó
sus equi–
valentes ¿no son un vinculo manifiesto con el dog–
ma de la divinidad?
Por lo que hace
á
los
tiempos m1Jderno11
es notorio
desde luego que los criGtianos, los judíos, los mu–
sulmanes, los paganos
ó
los idólatras del antiguo
mundo, esto es, la totalidad de los pueblos que eran
conocidos, antes del descubrimiento de la América,
pr:l.cticaron, como lo indica su denominacion, un
culto r eligioso cualquiera,
y
que ellos tuvieron por
consiguiente una idea masó menos exacta de la Di–
vinidad. Si hubie.;a podido haber, durante pierto