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-6-

pero no

metafisicamente;

en el

primer caso

con algu–

nas exepcienes, en el

segimdo

sin ninguna. Es cla–

ro que el consentimiento de las naciones, para ser

una prueba de la verdad, debe ser unánime en cier–

to modo, porque si así no fuese no sería un verda–

,dero consentimiento, ni podría ser considerado co–

mo la voz de la natmaleza; pero no es necesario

que lo sea sin ninguna exepcion, porque algunas

de estas en el órden intelectual

y

moral, no impiden

la universalidad del consentimiento humano, como

los mónstruos, en el órden físico, no destruyen la

semejanza universal de la forma humana.

El consentimiento de los hombres no 'es sin du–

da metafísicamente unánime sobre le, existencia

de Dios, pero debe en verdad ser mirado como

que lo es moralmente, atendido

á

que el pequeño

número de exepciones que se encuentran en el cur–

so de las edades no forma mas que una cantidad

inapreciable, comparativamente con la totalidad del

género humano.

Segunda objecion.-«Creer

á

Dios

lo

que no es,

es casi lo mismo que no creer en su existencia, y

como es un hecho que la mayor parte de las nacio–

nes no han tenido sino falsas ideas de la Divini–

dad, se deduce que no es posible reconocer en la

humanidad un consentimiento unánime sobre este

dogrn1t.•

Hay una extrema diferencia entre conocer la

existenciR. de una cosa y comprender sus propieda–

des: haced ver un reloj á millares de hombres que

nunca lo hayan visto; los unos podrán creer que es

la

obra de un solo hombre, los otros que ha sido

trabajado por muchos; ellos poclrán no estar de

a.cuerdo sobre las calidades que exije semejante

trabajo, pero todos comprenderán que el reloj no

se ha hecho por si mismo, sinó que supone un obre–

ro. En Ba.rruel se lee en respuesta

á

esta objecion

propuesta por d'Alembert,la siguiente suposicion.-