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pero no
metafisicamente;
en el
primer caso
con algu–
nas exepcienes, en el
segimdo
sin ninguna. Es cla–
ro que el consentimiento de las naciones, para ser
una prueba de la verdad, debe ser unánime en cier–
to modo, porque si así no fuese no sería un verda–
,dero consentimiento, ni podría ser considerado co–
mo la voz de la natmaleza; pero no es necesario
que lo sea sin ninguna exepcion, porque algunas
de estas en el órden intelectual
y
moral, no impiden
la universalidad del consentimiento humano, como
los mónstruos, en el órden físico, no destruyen la
semejanza universal de la forma humana.
El consentimiento de los hombres no 'es sin du–
da metafísicamente unánime sobre le, existencia
de Dios, pero debe en verdad ser mirado como
que lo es moralmente, atendido
á
que el pequeño
número de exepciones que se encuentran en el cur–
so de las edades no forma mas que una cantidad
inapreciable, comparativamente con la totalidad del
género humano.
Segunda objecion.-«Creer
á
Dios
lo
que no es,
es casi lo mismo que no creer en su existencia, y
como es un hecho que la mayor parte de las nacio–
nes no han tenido sino falsas ideas de la Divini–
dad, se deduce que no es posible reconocer en la
humanidad un consentimiento unánime sobre este
dogrn1t.•
Hay una extrema diferencia entre conocer la
existenciR. de una cosa y comprender sus propieda–
des: haced ver un reloj á millares de hombres que
nunca lo hayan visto; los unos podrán creer que es
la
obra de un solo hombre, los otros que ha sido
trabajado por muchos; ellos poclrán no estar de
a.cuerdo sobre las calidades que exije semejante
trabajo, pero todos comprenderán que el reloj no
se ha hecho por si mismo, sinó que supone un obre–
ro. En Ba.rruel se lee en respuesta
á
esta objecion
propuesta por d'Alembert,la siguiente suposicion.-