I
--
214
B. PÉBEZ GALD6s
roso, al considerar
la
idea cristiana, nuestro
verdugo
y
nuestro cadalso, soy fanático
y
bru–
tal. como los inquisidores católicos...
Y
para
mi tormento, el sér 'que idolatro sale del tu-
I
multo aborrecido de esa secta,
y
s'eme pre-
senta lleno de gracia y luz, único sér
á
quien
puedo absolver de la responsabilidad cristiana,
ú nico sér ,á quién 'perdono los agravios hechos
á mi ·r aza..• ¡Oh, Dios, Dios1. .. ¿qué misterio es
éste, qué enigma es éste terrible y espantoso?
\Mi cabeza estalla como un 'volcán... no sé qué
pensar. Aquí hay algo, algo que mi
, lim~tad~
r azón
no
comprende. Dios mío, Dios de las
inteligencias, ¿por qué has hecho estas con–
tradicciones horrorosas
y
est9s absurdos, que
hacen dudar de la bondad de la creación
y
de
la lógica del mundo?_
El cielo comenzó
á
aclararse; la superficie
del mar bri llaba junto al
hQrj~onte,
tifiendo de
amarillo sus ondas lejanas. Toda la tierra em..
pezó
á
inundarse
~e
luz. Amanecía; pero
Morton no advirtió nada, porque en su mente
continuaba la noche
y
un caos perpetuo.
cMás vale-dijo,-que continúe todo como
ahora está, que siga su deshonra, su vergüen–
za, la bárbara separación de la madre y el
hijo, mi soledad, el remordimiento implacable
que me tritura las entrafias .
Quizás
el tiempo