GLORIA
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de ramas de pino
y
otras matas verdes
y
sin
aroma.
e
¡Qué bien
e~tá,
qué bien ' está esol-dijo
Gloria contemplando
('i~n
gozo el
alta~.
-Hija mía, ¿qué tal te encuentras?
-No muy bien; pero podré levantarme.
-Más vale que te quedes en. la cama.
Y.o -
no pienso salir hoy ni ir
á
la Iglesia,
á
pesar
del gran día en que estamos. Debo acompa-
.1
narte, querida mía, y juntas rezaremQs el ofi-
cio del día, que es hermoso sobre toda ponde–
ración.
-Muy bien pensado.
Lo
leeremos.
-y
nos deleitaremos en su sublimidad,
contemplando el amor de Aquél que con ser
Dios, quiso derramar
su
sangre por nosotros._
Después que Gloria hizo sus oraciones de la
mafiana, se levantó
y
de nuevo se acostó ves–
tida sobre el lecho. Francisca arreglaba su
cuarto, mientras Dofia Serafina bajó
á
prepa·
rar algo substancioso
pal~a
que la enferma se
desayunase. Nada más admirable que el celo
que ponía aquella noble dama en todas las co–
sas,
10
mismo en las grandes que en las pe–
queñas. Todo lo hacía conforme á su concien–
cia ,
y
no se perdonaba cosa alguna, ni jamás
dejó de hacer nada que le pareciese justo
y
convenient • Era el alma de más rectitud