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B. PERBZ
BA.LDOS
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aunque jamás, no siendo por gracia especial del
cielo;>
enaltecerán tanto como el estado de per–
fección, infundido por los que llamamos
Oon–
sejos del Evangelio:
«pobreza voluntaria, esta–
<;lo de castidad absoluta
y
vida de obediencia•..•
Esta es la luz que he puesto ante ,tus ojos,
adorada hiJa mía, induciéndote
á
seguirla...
- -Pero
yo
me hallo en circunstancias
excep–
cionales-djjo Gloria defendiéndose angustia–
da.-
Yo
soy madre.»
Su exclamación
fué
como el ahogado
gemi–
do del que en saetíos lucha con un monstruo
, sin poderlo vencer.
«¡Eres madrel-repuso
Serafinitfl~
moviendo
la
cabeza en setial de que esperaba tRI argu–
mento.-Sí; pero ¿de qué modo? ¿Qué ' leyes
divinas ó humanas han presidido
tu
estado?
Glol'ia, Gloria; por amor de Jesucristo, empa–
pa
tu
alma
.en.mis ideas.
No
hables de mater–
nidad.
P~es
qué,
¿á
una mujer casada,
á
una
mujer coronada con esa guirnalda divina
de
los hijos legítimamente habidos, recibidos con
júbilo por la Iglesia
y
la sociedad;
á
una mu–
jer de éstas me atrevería yo
á
decirle:
cdej a á
tus hijos, no te ocupes más que en Ja med ita–
ción, en 'Ia abstinencia, en el amor único) ex·
elusivo de
las cosas
santas?»
¿Me
crees Joea?
E sto sería un absurdo, una falta de caridad,