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B. PÉREZ GALD6s
'ni ningún otro estado pe.culiar de su elevado
espíritu podían hacer que
D•.
Juan Amarillo ol–
vidase en tan delicada ocasión los deberes
que
,.su c.argo le imponía;
y
he aquí que
ni
un ins–
tante daba .reposo
á
los ojos para observar to-
do
lo que en el curso de la procesión pudiera
ocurrir.
Su
cara no cesaba de moverse, ora para
mirar
á
la gente, ora para ver si entorpecían
los chicos
el
paso del religioso cortejo. Ema–
naba de su persona lo que podríamos llamar
la
esencia absoluta del celo gubernativo,
y
d~
sus
ojos podría creerse, no que se apresuraban
á
observar los incidentes procesioniles, sino que
los preveían
y
los anunciaban. En la expresión ,
de
su
mirada,
á
un tiempo mismo amenazante
y protectora , ee conocía que
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ficobrigenses
no
debían contemplar la procesión sin permiso
del Municipio,
ni
devotamente entusiasmarse
ni
rezar; ni las damas gemir en los balcones
6
en la calle con pía ternura. Si estuviera en
BU
mano, habría regkl.mentado la luz del sol, COlno
reglamentó el puesto que debían ocupar
108
fi e–
les,
el
orden de marcha, el número de cosco-
I
rrones que debían admi istl'ar los a1guaciles
á
108
chicos que enredaran en el tránsito .
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a
o pasa
an
junto
al
Casino, la
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