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78

B. PÉREZ GALD6s

'ni ningún otro estado pe.culiar de su elevado

espíritu podían hacer que

D•.

Juan Amarillo ol–

vidase en tan delicada ocasión los deberes

que

,.su c.argo le imponía;

y

he aquí que

ni

un ins–

tante daba .reposo

á

los ojos para observar to-

do

lo que en el curso de la procesión pudiera

ocurrir.

Su

cara no cesaba de moverse, ora para

mirar

á

la gente, ora para ver si entorpecían

los chicos

el

paso del religioso cortejo. Ema–

naba de su persona lo que podríamos llamar

la

esencia absoluta del celo gubernativo,

y

d~

sus

ojos podría creerse, no que se apresuraban

á

observar los incidentes procesioniles, sino que

los preveían

y

los anunciaban. En la expresión ,

de

su

mirada,

á

un tiempo mismo amenazante

y protectora , ee conocía que

108

ficobrigenses

no

debían contemplar la procesión sin permiso

del Municipio,

ni

devotamente entusiasmarse

ni

rezar; ni las damas gemir en los balcones

6

en la calle con pía ternura. Si estuviera en

BU

mano, habría regkl.mentado la luz del sol, COlno

reglamentó el puesto que debían ocupar

108

fi e–

les,

el

orden de marcha, el número de cosco-

I

rrones que debían admi istl'ar los a1guaciles

á

108

chicos que enredaran en el tránsito .

e

a

o pasa

an

junto

al

Casino, la

ban a

1

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(compuesta e seis

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otros

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