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se entusiasmó, digámoslo
así,
y
suspen–
diendo bruscamente el airecillo de
Bal'1j(J'
.Alul
que ejecutaba, dió principio al degüello de la
~larcba
Rea),
cuyas notas salieron. chorreando
sangre, para ir
á
r'lsgufíar las orejas de los fie–
les. Al oír tan soberbia música, D. Juan se bi–
zo la ilusión de que no por el Salvador, sino
por él mismo se tocaba,
y
su mente se ofuscó
un
Inomento, cnslla de aquéllos que asisten
á
su propia apoteosis; vióse circundado de ra–
yos de gloria,
y
oyó como un
Ave
C~sar
impe–
ralor,
que
por las bocas abolladas de los ron–
c'os trombones juntamente con
él
cardenillo
sa–
lía. Junto al alcalde marchaba, por creer que
aquel puesto era el más conveniente,
D.
Bue–
naventura, cuyo semblante no expresaba
á
pri–
roera vista el deseo de que la procesión durase
hasta la noche. Sólo contestaba con monosí·
labos, cuando Amarillo le decía:
eNo puede
UllO
distraerse ni un momento,
Sr. D. Buenaventura, si se ha de conseguir que
e da cual ocupe su puesto,
y
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