Libro Tercero
Capítulo XV
Redúcese Chayanta
H
ECHA ESTA PROMESA, ENTRÓ
el Inca en Chayanta,
donde fue recebido con veneración yaca–
to, mas no con fiesta y regocijo como en otras
provincias se había hecho, porque no sabían
qué tal les había de salir aquel
partido. Y así estuvieron entre
temor y esperanza, hasta que
los varones ancianos diputa–
dos por el Inca, que tenía para
consejeros y gobierno del ejér–
cito, en presencia del príncipe
heredero, que asistió algunos
días a esta enseñanza, les ma–
nifestaron las leyes, así las de su
idolatría como las del gobierno
de la república; y esto se hizo
muchas veces y en muchos días
hasta que las entendieron bien.
Los indios, mirando con aten–
ción cuán en su honra y provecho eran todas,
dijeron que el Sol y los Incas sus hijos, que tales
ordenanzas y leyes daban a los hombres, me–
recían ser adorados y tenidos por dioses y se–
ñores de la tierra. Por tanto prometían guardar
sus fueros y estatutos y desechar cualesquiera
ídolos, ritos y costumbres que tuviesen. Y con
83