Que advirtiesen que muchas provincias circun–
vecinas a las del Inca era notorio que, habiéndose
certificado de estos bienes, se habían ofrecido y so–
metido voluntariamente a su imperio y señorío, por
gozar de la suavidad de su gobierno. Y que pues a
ellos les constaba todo esto, sería bien hiciesen lo
mismo, porque era mejor y más seguro aplacar al
Inca otorgando su demanda, que provocarlo a ira
y enojo negándosela; que si después se habían de
rendir y obedecer por fuerza de armas y perder la
gracia del Inca, cuánto mejor era cobrarla ahora,
obedeciendo por vía de amor. Mirasen que este
camino era más seguro, que les aseguraba sus vi–
das y haciendas, mujeres y hijos; y que en lo de sus
dioses, sin que el Inca lo mandase, les decía la razón
que el Sol merecía ser adorado mejor que sus ído–
los. Por tanto, que se allanasen y recibiesen al Inca
por señor y al Sol por su Dios, pues en lo uno y en lo
otro ganaban honra y provecho. Con estas razones
y otras semejantes aplacaron los viejos a los mozos
de tal manera que de común consentimiento fue–
ron los unos y los otros a recebir al Inca; los mozos
con las armas en las manos y los viejos con dádivas
y presentes de lo que en su tierra había, diciendo
que le llevaban los frutos de su tierra en señal de
que se la entregaban por suya. Los mozos dijeron
que llevaban sus armas para con ellas servirle en
su ejército como leales vasallos y ayudar a ganar
otras nuevas provincias.
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