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otros, este desplazamiento que es geográfico , es mucho más

que territo.rial. Pedro Pablo Ccopa, hoy profesor e intelectual,

formado lujosamente en varias universidades (Garcilaso,

Católica) tiene una línea en su testimonio, que aquí destaco,

porque hunde un mito enconado, adverso a Lima. «Llegué a

Lima a los tres año y no me sentí di tinto•. La ciudad, la

enorme capital, tanto como es cruel - ¿qué urbe gigante no lo

es?- es lugar también de realización personal. Eso es elemental,

lo saben muchos, C copa lo dice , nac ido e n un pu eblo

campesino andahuaylino. Pero otros muchos lo o lvidan o

soslayan, y atizan la dualidad Lima/provincias, un estereotipo

venido de la repetición de categorías nacidas en los año veinte

y

treinta del siglo pasado. El tema de la cho ledad rompe esas

falsas dualidades. En revancha, hace aparecer nuevo campos

de conflictividad. Donde lo urbano/rural se ha reconfigurado

en nuevas formas de enfrentamiento y a la vez de mezcla. Ccopa

dice «descubrí el mundo de la choledad cuando llegué al Barrio

Planeta». Entonces, e n e a p e rs pectiva, me pregunto,

atendiendo a Ccopa: ¿la choledad es una situación o un lugar?

¿Por qué e en el espacio urbano o semi-urbano do nde se

expresan los conflictos? «Ahí en el Planeta, los cho los se

choleaban». Planeta: en la cuad ra diez de la Avenida Argentina,

por Cárcamo, en el Cercado de Lima. •En Planeta había que

ser vivo, emprendedo r•, cuenta Ccopa. Ahi descubre algo: la

pugna. En fin, vista en su conjunto, como costumbre urbanas,

lenguaje, maneras, la choledad es un hecho ocia!. Pero todo

lleva a pen ar que e un hecho invo luntario. Lo que estas

historias cuentan es la verdad de unos sujetos ind ividuales.

Son aventura, riesgo, diá pora. La inmigración interna, en un

país de países como el nuestro, no e

o lamente mudar e de

un lado para otro, sino descubri r la alteralidad . E decir, al

forastero.* Es enfrentar un desafío común en otra sociedades,

estO es, la dialéctica del yo mismo ante la existencia del otro.

Y esta vez, lejos del pueblito, de la comunidad,

in el holi mo

tradicional. Pero aqu í, de pronto, estamos abordando un hecho

histórico que igno ró obviamente el período co lo nial que

envo lvió, a indios y criollo , en el manto materno de va rios

holismos protecto res. Un hecho que igno ra tamb ién la vida

republicana. Es deci r, la aparición de ind ividuo .

La aparición de los ind ividuos e el in tante histórico que

señala en tod a ocied ad el pasaje a la modernidad. De «la

sociedad de individuo • e ha ocupado Norbert Elias.

1

Sin ella

no hay ni •mano invisible., ni sociedad de división de trabajo,

ni asalariado, y menos derechos políticos, que implican un

• individua lismo d emoc ráti co» como lo enti end e Marce!

Gauchet.

2

Dicho de otra manera, la •revolución silenciosa» de

la con trucción de sujetos

ignifica que la toma de decisiones,

desde opciones de compra y venta en el mercado a opciones

profes ionales y religiosa , e hace muchas veces contra tradición

y costumbres. No es, con toda evidencia y

franqu~za,

nuestro

caso. A nuestra tradición, como lo prueba el nuevo artesanado,

no se le da la espalda así nomás. Se la usa, revierte, subvierte,

VISIONES DE LA MODERNIDAD DESDE LO CHOLO

¿Qué es alteralidad?

(*) «Toda aproximación a la

alteralidad se presenta en forma

relacional. El otro supone un

í

(al igual que un sí supone otro).

Ya ea e n

el

campo epis temo–

lógico o en el social, e a relación

emerge virtualmente como una

re lació n d e p o d e r -e l suj e t o

(conociente) frente al objeto (de

conocimiento ), el yo frente al

otro•. (en Laplantine,

Mestizajes,

FCE. 2007 , p. 64-74. El espacio

que le d edica este antropó logo

al concepto, e extenso: unas diez

p ági n a . Su a u se n cia com o

concepto de análisis (no opuesto

a identidad, sino par contrario)

revelaría la tendencia a una lógica

d e exclu s ió n e n la

c ie n c ias

soc iale d ebido a l a pego a las

reivi nd icacio nes identitarias. La

alteralidad , en cambi o, «e alerta,

fugaz, seductora en el sentido de

Ba udrill a rd , y es un ju ego

infinito de transformaciones que

ame n aza n

tod a

pre te n ió n

socializante•. Pero no se puede

d a r un paso e n

la fil oso fí a

contempo ránea sin encontrarla

en Deleuze, Levinas, Derrida. Y

en la antropo logía que estudi a

los mestizajes, en Kristeva

(Extra–

ños a

nosotros mismos)

en Todorov

(Nosotros

y

los

otros).

Tomo estas

referencia , entre o tra muchas,

de l li bro-di ccion ari o citad o de

La plantine, de lectura indispen–

sable.

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