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volvia en confusion, desesperadamente, no atendiendo unos
mas que á salvarse y otros á perseguir y matar á los que
huian.
Felizmente la noche estaba encima, y la persecucion cesó,
dando lugar esta circunstancia providencial para los revolucio–
narios, á que pudieran alejarse del campo de batalla y reunirse
en grupos mas ó menos numerosos, tratando unos de incorpo–
rarse al General Aparicio, que despues de la vanguardia era
el grupo mas grande, y los otros pensando en ausentarse del
pais, desanimados de tanto contraste sufrido y porque creian
que la guerra no terminaria nunca, pues la revolucion parecia
ya impotente para vencer.
Al dia siguiente, el pueblo del Rosario y sus alrededores
fué
el punto de reunion, puede decirse, para que los mas animosos,
aquellos que habian jurado seguir hasta el fin, sucediera lo que
sucediera, se reunieran al rededor del General Aparicio, que
tanto en la buena como en la mala fortuna lo encontraban sus
compañeros siempre dispuesto á acompañarlos en sus alegrias
como en sus penalidades.
En la pelea habian muerto mas de 200 hombres, entre ellos
el esforzado General Medina, quien, al ser derrotada su gen–
te, un jóven Juan Carlos Viana, ayudante que lo acompañaba,
díjole:-Señor, dispare, que el enemigo está encima.-Yo no
disparo nunca, contestóle el General.-Dispare, señor, volvió á
repetirle Viana; y deseoso de que así lo hiciera, se permitió
castigarle el caballo que tomó el galope, conteniéndolo inme–
diatamente Medina y manifestando su enojo al ayudante. En
este ínter, llegan los enemigos y sin mirar la edad de aquel an–
ciano, lo lancean despiadadamente, haciendo igual cosa con su
ecretario, el señor G e rónimo Machado, otro anciano amigo y
compañero antiguo del G eneral. Despues, aquellos desalmados
cometieron toda clase de atrocidades con el cadáver de Medina,
ll egando hasta enviarle
á
la familia, que r esidía en Montevideo,
mi embros del cuerpo de u enemigo (1). Allí cayó tambien el
(1)
on frnnqueza, el General :111edina se hizo matar en la batalla de :\fanantiales.
Opuesto
omo el Coronel Palomeque, á esperar
al
enemigo en los campos de San Juan,
)lropúsolc "l G neral Aparicio
que se
abandonara el parque para poder huir; pero este,
obcecado en que el armisticio se realizaría, no quiso acceder á nada diciéndole entonces estas
palabras
el
General 1\Icdina:
General Aj>ar1C10, l1oy st!rá el Jilti'mo di'a que/o
acomjJa,1aré.
Queriendo significar, [como lo demostró mas tarde, que se baria matar en la pelea.
in embargo, el instinto de conservacion puede mas muchas veces, que la voluntad mas fuerte;
así
fué
que,
al
ser volteado del caballo por
el
primer lanzazo:
-~ºJ'
e/general ;lfedt'na,
díjole•