-
48 -
Aunque se estrellaron contra ellos, levantando á los infantes
mercenarios del gobierno en .sus potentes lanzas, éstos al fin
pudieron mas y los rechazaron destrozados y en una derrota
indescriptible. Luego,los escuadrones de caballeria de Castro,
aleccionados con lo que les habia pasado en otros combates, no
se separaban de los infantes, esperando el momento en que fue–
ran derrotadas las caballerias de Aparicio para caer sobre ellas
y concluirlas de esterminar.
Los infantes y artilleria revolucionaria tampoco pudieron
resistir el fuego, inmenso que les hacia aquella masa de infante–
ria y cañones que se les e chaba encima, y que los cargaron
á
la
bayoneta cuando ya estuvieron enc ima de ellos á
paso de vence–
dores.
De nada valieron los prodigios de valor que se hicieron
allí por aquellos esforzados batalloncitos, peleando uno contra
diez y pecho contra pecho y á bayoneta calada. Sinó hubiera
sido por la oportuna proteccion que les prestó la vanguardia,
que se corrió al galope sobre la estancia cuando vió el peligro
en que se encontraban sus compañeros, s eguramente ni uno
solo de los infantes se salva de aquella carniceria.
La derrota que sufrió el ejército revolucionario e s e dia fué
completa. Las caballerias á escepcion de la vanguardia y los
escuadrones de Campos y Britos, que tambien protegieron á la
infanteria, todas salieron dispersas,
á
pesar de los esfuerzos que
hizo el General Aparicio blandiendo se potente lanza (1) entre–
verado con el enemigo y dando valor con su ejemplo á otros
dignos jefes que lo _secundaron en su actitud ené rgica y brava.
Lainfanteriafué tambien completamente deshecha, y se tomaron
infinidad de prisioneros á los revolucionarios, todos los caño–
nes y casi todo el p arque.
La confusion, el desórden que se produjo en la derrota fué
espantoso.
En dos leguas á la redonda no se veia mas que gente que huia
en todas direcciones, perseguida por el enemigo; los carros
carretas y carruajes se desbandaban por todos lados. La gri–
teria, los tiros, las imprecaciones y los ayes de los que caian,
hacian de aquellos un cuadro horrible, infernal, materialmente
imposible de describir.
Era una avalancha de gente, vehículos, caballos, que se re-
(1) Esta lanza la posee actualmente el Coronel D. Agustin Uturbey, regalada por los he·
rederos del General Aparicio.