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Aunque se estrellaron contra ellos, levantando á los infantes

mercenarios del gobierno en .sus potentes lanzas, éstos al fin

pudieron mas y los rechazaron destrozados y en una derrota

indescriptible. Luego,los escuadrones de caballeria de Castro,

aleccionados con lo que les habia pasado en otros combates, no

se separaban de los infantes, esperando el momento en que fue–

ran derrotadas las caballerias de Aparicio para caer sobre ellas

y concluirlas de esterminar.

Los infantes y artilleria revolucionaria tampoco pudieron

resistir el fuego, inmenso que les hacia aquella masa de infante–

ria y cañones que se les e chaba encima, y que los cargaron

á

la

bayoneta cuando ya estuvieron enc ima de ellos á

paso de vence–

dores.

De nada valieron los prodigios de valor que se hicieron

allí por aquellos esforzados batalloncitos, peleando uno contra

diez y pecho contra pecho y á bayoneta calada. Sinó hubiera

sido por la oportuna proteccion que les prestó la vanguardia,

que se corrió al galope sobre la estancia cuando vió el peligro

en que se encontraban sus compañeros, s eguramente ni uno

solo de los infantes se salva de aquella carniceria.

La derrota que sufrió el ejército revolucionario e s e dia fué

completa. Las caballerias á escepcion de la vanguardia y los

escuadrones de Campos y Britos, que tambien protegieron á la

infanteria, todas salieron dispersas,

á

pesar de los esfuerzos que

hizo el General Aparicio blandiendo se potente lanza (1) entre–

verado con el enemigo y dando valor con su ejemplo á otros

dignos jefes que lo _secundaron en su actitud ené rgica y brava.

Lainfanteriafué tambien completamente deshecha, y se tomaron

infinidad de prisioneros á los revolucionarios, todos los caño–

nes y casi todo el p arque.

La confusion, el desórden que se produjo en la derrota fué

espantoso.

En dos leguas á la redonda no se veia mas que gente que huia

en todas direcciones, perseguida por el enemigo; los carros

carretas y carruajes se desbandaban por todos lados. La gri–

teria, los tiros, las imprecaciones y los ayes de los que caian,

hacian de aquellos un cuadro horrible, infernal, materialmente

imposible de describir.

Era una avalancha de gente, vehículos, caballos, que se re-

(1) Esta lanza la posee actualmente el Coronel D. Agustin Uturbey, regalada por los he·

rederos del General Aparicio.