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La muchachada de Montevideo, por lo general, era muy dor–

milona cuando recien salian á campaña; pero pasado algun

tiempo se hacian tan

ca1nperos

como los mismos

paisanos:

tal

era la facilidad que tenia n para asimilarse á

las duras costum–

bres del campamento.

En los primeros dias de estar el ejército revolucionario en

la Union sitiando á la capital de la República, se presentaron

muchísimos jóvenes, que, como todos los de la capital, se dor–

mían profundamente á la madrugada. Los demas compañeros,

veteranos ya por que venian de hacer una larga y cruda

campaña, los despertaban al toque de diana cantándoles este

versito, arreglado por ellos para esa música, y que se hizo muy

popular:

~

A rri ba, muchachos;

Que las cuatro son,

Y viene el enemigo

Llegando

á

la Union.

>

Y los dormilon es les contestaban despues con este otro, que

vino á ser el complemento de aquel:

D éjenlo que venga

Déjenlo veñir.

¡Vayan

á

los diablos

Déjennos dormir!

Desde la dominacion del partido Colorado, y particularmente

despues de la muerte d el General Flores, la campaña de nues–

tro pais se hizo absolutamente inhabitable para los ciudadanos

nacionalistas.

El que

n d

tenia que emigrar para el extranjero, cuando no po–

día conseguir ausentarse del país, se veía fo rzado á guarecerse

er.i los montes para no ser asesinado en su casa, ó si permane–

cía en esta, t enia que vivir con ojo alerta, y el arma al brazo,

dispuesto siempre á huir ó á pelear con los que se presentasen.

Les estaba completamente vedado concurrir á fiesta ó reu–

nion alguna,

y

si cruzaban de un punto á otro de la república,

en sus negocios ó faenas, debían hacerlo con grandes precau–

ciones para no verse molestados á cada momento. Bastaba que

una persona cargara un poncho celeste

y

blanco, ó un chiripá

ó

pañuelo de

golílla

con estos colores, para que fuera considera–

do enseguida como blanco y tratado peor que un criminal.