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REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.

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mente que era lícito acudir á medios aun más con–

trarios á toda noción de justicia y humanidad que

la introducción de un heredero espúreo en una fa ·

milia, para conseguir fin es de menor cuenta que la

C'Onversión de un reino herético. Había corrido la es–

pecie que algunos consejeros del Rey, y aun el Rey

mismo, habían pensado en la manera de privar

á

lady María de su herencia leg ítima, si no totalmente,

en parte al menos. Una sospecha, mal fundada sin

duda, pero en modo alguno tan absurda como se

supone comúnmente, se apoderó Jel espíritu público.

La locura de algunos católicos vino á c0nfirmar la

preocupación del vulgo, pues hablaban del suceso

como de cosa extraña, milag rosa, como de una mues–

tra del poder di vino que había hecho feliz y orgullosa

a

Sara con el nacimiento de Isaac, y había otorgado

el nacimiento de Samuel á las plegarias de Hanna.

Acababa de morir la Duquesa de Módena, madre de

María. Poco antes de su muerte decíase que había

implorado á la Virgen de Loreto, haciendo votos fer–

vientes

y

ricas ofertas para que concediese un hijo á

Jacobo . El mismo Rey, en agosto del año anterior,

había alterado su plan de viaje para visitar la Santa

Fuente, suplicando alli

á

San Winifredo le alcan–

zase aquel don, sin el cual sus g randes designios de

propaganda de la verdadera fe sólo podrían cumplirse

de una manera imperfecta. Los imprudentes fanáti –

cos, que daban crédito átales cuentos, anunciaron,

llenos de confianza , que el nonnato infante sería

varón, apostando en apoyo de lo que decían veinte

guineas contra una. El cielo, afirmaban los tales, no

habría intervenido sino para conseguir un gran fin.

Un fanático anunció que la Reina daría á luz dos ge–

melos, que el mayor sería rey de Inglaterra, y el

más joven pontífice de Roma. María no pudo ocultar