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LORD MACAULAY.

presa de Tyrconnel, cuando hubo de abandonarse–

toda idea de nevarla

á

cabo. Jacobo babia

ido sor–

prendido con una e peranza que le deleitaba y llena–

ba de júbilo. La Reina estaba en cinta.

A fin es de octubre de 1687 empezó

á

susurrarse la

g ran nueva. Observóse que

l~

Reina no habla asistido

á

al gunas ceremonias públicas so pretexto de indispo–

sición. Declase que llevaba muchas reliquias dotadas

de extraordinaria virtud. Pronto cundió la historia, pa–

sando de Palacio

á

los cafés de la capital, de donde

se extendi ó por todo el pals. Por una cortísima mino–

ría el rumor fué acogido con muestras de contento.

La gran mayoría de la nación lo escuchaba con burla

y temor. io habla, sin embargo, nada de extraordi–

nario en lo que sucedía. El Rey acababa de cumplir

cincuenta y cuatro anos. La Reina se hallaba en el

estí o de la vida. Habia tenido ya cuatro hijos que ha–

bían muerto en la niñez, y mucho después dió

á

luz.

otro, que como nadie tenia interés en calificar de

supuesto, nunca pasó plaza de tal. Pero como hablan

trascurrido cinco años desde su último al .imbra–

miento, el pueblo, sujeto

á

Ja influencia de aquella

alucinación que hace

á

Jos hombres creer lo que de–

sean, había

erdido toda esperanza de que aun diese–

la Reina un heredero al trono. Por otra parte, nada

parecia má natural

y

probable sino que los jesuitas

hubi e ·en trazado un piadoso fraude. Era cierto que

debían con iderar el advenimiento de la Princesa de–

Orange como una de las mayores calamidades que

pudieran acaecerá su Iglesia. Era igualmente cierto–

que no debían mo trar e muy escrupulosos cuando

se trataba de hacer algo nece ario para salvará la

Iglesia de una g ran calamidad. En libros escrito por–

miembros eminentes de la

ompañía, y publicados

con licencia de sus superiores, se establecía distinta-