REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.
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unión de la Princesa. Halifax y algunos otros politi–
cos, que veían con toda clarid11-d el pelig·ro ele <;lividir
la
~uprema
autoridad ejecutiva, eran partidario_s de
que, mientras
vivie~e
Guillermo , María fuese tan solo
'reina consorte,
y
como tal, súbdita. Pero este arreglo ,
aunque tenia en su favor, indudablemente, muy po–
derosos argumentos, se oponía al sentimiento g·ene–
ral, hasta
ele
aquellos Ing·leses que se mostraban más
partidarios del Pr1ncipe. ::su esposa habla dado prue–
bas sin igual de conyugal umisión y afecto,
y
lo me–
nos que en cambio podí a hacerse por ell a, era conce–
derle la dig nidad de monarca reinante. Guillermo
Herbert, uno de los más celosos partidarios del Prín·
cipe, se exasperó de tal modo, que saltando del lecho
donde la gota le tenía confi nado, declaró con vehe–
mencia que nu nca hubiera sacado la espada en favor
de S. A. si hubiera previsto que se llegaría á tan ver–
gonzoso arreglo. Pero nadie tomó la cues tión con tan–
to calor como Burnet. Hervlale la sangTe á la idea de
la injusticia hecha á su bondadosa protectora. Quejóse
con gran vehemencia á Bentinck, suplicando se le ad–
mitiera renuncia del carg·o de capellán.
•M ienfras esté
al servicio
de
S.
A .,
dijo el bravo
y
honrado teólogo,
no
JJO/recerá bie11 en
mí,
oponenne á ningim plan que tenga su
ap?·obación.
A
sí, pues, qi1ie?'O q11edar
libre,
áfin de que al lii–
clta?· po1· la P?'Íncesa pueda desplega1r cuantas facultades Dios
me ha
dado .
u
Bentinck consig uió que Burnet difiriese
una abierta declaración de hostilidades hasta que se
s upiese fijamente la resolución de Guillermo. A las
pocas horas se había encontrado medio de arreglar el
plan que había excitado tan grnn enojo, y cuan–
tos no consideraban ya
á
Jacobo como rey, esta–
ban de acuerdo acerca de la manera de ocupar el
trono. Guillermo y Maria serian Rey
y
Reina. Las
cabezas de am@os aparecerlan juntas en las monedas;
'l'OMO IV.
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