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LORD MACAULAY.
cia. A las Cámaras tocaba determinar si semejante
arreglo redundaría en beneficio de la nación. En aquel
punto su opinión estaba ya formada, y le parecía
oportuno anunciar, con toda claridad, que él no acep–
taría el cargo de Regente.
Había otro partido que deseaba colocar en el trono
á la Princesa., dándole á él, mientras ella viviese, tí–
tulo de rey y la participación en el Gobierno que ella
quisiera concederle. El no podría rebajarse hasta acep–
tar semejante puesto. Estimaba
á
la Princesa cuanto
un hombre puede estimar á una mujer; pero
ni
aun
de ella aceptaría un puesto subordinado
y
precario en
el gobierno. Era su condición tal, que no podía so–
meterse á estar sujeto
á
las faldas ni aun de la mejor
esposa. No deseaba tomar parte alguna en los asuntos
de Ing'laterra; mas de tener en ellos alguna parte,
había de ser tan sólo á condición de que fuera
útil
y
honrosa para él. Si los Estados
le
ofrecían la corona
por toda la vida, la acepta.ria; si no, regresaría sin pe–
sar
á
su tierra natal. Conclnyó diciendo que conside–
raba razonabl e se otorgase la preferencia, en el curso
de sucesión, á lady Ana y á su posteridad, sobre los
hijos que pudiera tener de cualquier otra esposa que
no fuese lady María (1).
Disolvióse· la reuniór.., y á las pocas horas sabia–
se en todo Londres lo que el Príncipe había dicho.
Ya no había duda en que sería rey. La única cues–
tión era, si debía ejercer la autoridad real, solo, 6 en
(1)
Burnet,
1,
820. Dice Burnet que al relatar los acontecimien–
tos de este período de agitación no ha seguido orden cronológico.
Me he visto, pues, o\Jligado
á
arreglarlos por conjetura. Oreo, sin
embargo. no haberme equivocado al colocar la llegada de la carta
de la Prin cesa de
o~ange
á
Dan
by, y
Ja explicación de las miras
del Príncipe, entre el jueves SI de ene ro
y
el miércoles 6 de
fe–
brero.