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LORD MACAULAY.

gos fanáticos

y

serviles habían hecho de ella un mis–

terio religioso casi tan tremendo

é

incomprensible

como el de la transustanciación. Mantener la institu–

ción,

y

librarse de las abyectas

y

nocivas supersticio–

nes con que en los últimos años fuera asociada la

Monarquía y que la convirtieran en maldición en vez

de hacer de ella un b.eneficio; t al debía ser el primer

objeto de los estadistas ing leses,

y

la mej or manera

de conseguirlo, sería desviarse ligeramente, por una

vez, de la regla general de sucesión, volviendo luég<>

á

ella.

XL.

REUNIÓN EN EL PALACIO DEL CONDE BE DEVONSRlltE.

Hiciéronse muchas tentativas para evitar un rom–

pimiento entre el ptlk'tido del Príncipe

y

el de la Prin–

cesa. Celcbróse una gran reunión en casa del Conde

de Devon hire,

y

la disputa llegó

á

acalorarse. Hali–

fax era el principal defen sor de Guillermo. Dan by, de

María. Dan by desconocía por completo los i:;cotimien–

tos de la Princesa, la cual desde hacía algún tiempo

era esperada en Lon dres; pero la habían retenido en

Holanda, primero los témpanos de hielo, que habían

impedido la navegación de los ríos,

y

cuando ya pasó

el rigor de la estación, fuertes vientos del Oeste.

Si hubi era llegado antes la Prillcesa, probablemente

la contienda hubiera termillado súl.Jitamcnte. Por otra

pa!'te, Halifax no tenía autoridad para decir nada en

nombre de Guill ermo. El Príncipe, fi el

á

su promesa

de dejar

á

la Convención el e tablecimiento del go–

bierno, había guardado impenetrable reserva, no de-