REVOLUCIÓN DE I NGLATE&RA .
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do Tomás Burnet, clérigo disting uido por su genio,
saber y virtudes, t uvo el valor de replicar, aun cuan–
do el feroz J effreys· estaba en el t ribunal, que lo.que
se exigía de ell9s era contrario á la volun tad del fun–
dador y á una ley del Parlamento . «¿
Y eso qué importa?
d ijo un cortesano que fig uraba entre los administra–
dores.-
/ mporta mucho, en mi opini6n,
respondió una voz
debilitada por la edad y los pesares, lo cual no impe–
día que se oyese con r espeto en todas partes: la voz
del venerabl e Ormond.
U¡a ley del Pai·lamento ,
conti–
nuó el patriarca de los Caballeros,
no es, en mi opini6n
cosa
de
poca importancia.»
Discutióse entonces si Po–
pba rn debía ser admitido, y se resolvió rechazarlo. El
Can ciller, que no podía dar suelta
á
sus maldi ciones
y
juramentos
á
presen cia de Ormond, sali ó en un arre –
bato de furor, y fué seguido por alg unos de la mino–
ría. Consecuencia de esta sali da fué ºque no
~u edara
número , uficiente para dar val idez á la vo tación, n o
pudiendo, por tan to, responder definitivamente á la
ord\3n del Rey.
·
L>1. reunión inmediata se efectuó sólo dos días des–
pués que la Comisión eclesiástica había pronunciado
sentencia de destitución cont ra Hough y de s uspen–
sión con tra Fairfax. Presentóse á los administradores
una Real orden a utorizada con el Gran Sello; pero el
tiránico proceder seguido con Magdalene College ha -
bía levantado el espíritu de la Comisión en vez de
subyugarl o. Dirig·ieron una carta á Sunderland su–
plicándol e in fo rmase al Rey de que no podían, en este
punto , obedecer á S.
M. sin faltar á la ley y abusar de
la confianza deriosit::
i.daen ell os .
No puede dudarse que s i tal documento hubiera ido
firmado por personas de poca importancia, el Rey
habría acudido
á
medidas violentas, pero au n le
imponían respeto los g randes nombres de Ormond ,
.
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