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REVOLUCIÓN DE INGLATERRA.

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varuente en el tocador y en el com€dor de Luis XIV,

y

después de tantas vicisitudes, recomenzar, en el

ocaso de la vida, la por todo extremo fascinadora caza

del favor real.

• Animado por tales ideas, Lauzun se apresuró

á

aceptar la delicada misión que se le ofrecia. Hicié–

ronse con gran prontitud los preparativos para la

fuga; dióse orden que aguardase en Gmvesend un

barco pronto

á

hacerse á la vela; mas no era fácil lle–

gará Gravesend. Reinaba en la City gran agitación.

La causa más insignificante bastaba á llamar la aten–

ción de la multitud. Ningún extranjero podia presen–

tarse en las calles sin peligro de que lo detuviesen, le

interrogasen y condujesen ante un magistrado, acu–

sándole de jesuita que se ocultaba con un disfraz.

Era, pues, necesario, tomar el camino del Mediodía

del Támesis. No se oniitió ninguna precaución para

evitar toda sospecha. Retiráronse los Reyes á des–

cansar, como de ordinario. Después de algún tiempcr

que en el palacio reinaba el más profundo silencio,

Jacobo se levantó, y llamando á un criado que estaba

de servicio, le dijo:

«Encontro1rás un komb1·e á la pue1·tu,

de

la ant,ecámara; cnndiícele aq1lÍ.»

Obedeció el criado,

y Lauzun fué introducido en el dormitorio del Rey–

«Os confío,

dijo Jacobo,

mi Reina

y

mi hijo; es p1·eciso á

toda costa que lleg1ten á F?·ancia.»

Lauzun, con el más:

sincero espíritu caballeresco, dió gracias por el peli–

groso honor que se le confería, y solicitó licencim

para poder servirse de la ayuda de su amigo Saint

Víctor, caballero de Provenza, cuyo valor y lealtad

habían sido "probados muchas veces. El Rey aceptó

sin vacilar los servicios de tan valiosa ayuda. La:u–

zun dió la mano á Maria; Saint Víctor envolvió en

su capa al infortunado hereuero de tantos reyes. Los

fugitivos bajaron por la escalera de servicio y se

TOMO IV.

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