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T,ORD MA AULAY.
conducto, estaba en comunicación con los enemigo::
de aquel Gobierno en el cual desem¡Jeñaba tan alto–
puesto . Él, en tanto, con in igual descaro, protestaba–
que le sucedieran todo
los males po ibles en esta
vida
y
en la otra, si era ¡culpable. Su Cmica falta, de–
cía, era haber servido
á
la Corona demasiado bieJJ .
,\ o había dado rehenes
á
la causa real't
l.
o había
destruido todos los puentes por donde, en ca o de de-
astre, hubiera podido efectuar su retirada( ;, io había·
sostenido la prerrogativa de dispensa? ;, o había for–
mado parte de .Ja Comisión eclesiástica, firmado la
orden de prisión de los Obispos, apareciendo como
testigo contra ellos,
á
riesgo de la vida, en medio de–
los silbido
y
muldiciones de la multit>.id que llenaba
Westminster Hall'?·
¿
1
0
había dado la última prueba
de fidelidad, renegando de su religión é ing resand<>
públicamente en la Ig·Iesia que la nación detestaba'{
¿Qué tenía él que esperar de un
cambio~
¡,Qué no te–
nia que temer( Estos argumentos, aunque fundados
y
expuestos con la más insinuante habilidad, no bas–
' taron á desvanecer la impresión producida por cuen·
tos
y
murmullos llegados
á
la vez de cien distintos
sitios. El Rey se mostraba cada día más frío con el
Ministro. Su!ldcrlarid trató de sostenerse con la
ayuda de la Reina; obtuvo una audiencia de S.M.,
y
se
hallaba en su cámara cuando entró Middleton ,
y
de
orden del Rey
le
pidió los sello . Aquella noche el
Ministro caído conferenció por última vez con el
Prín–
cipe
á
quien había adulado
y
vendido. La entrevista
fué realmente extraña. Sunderland representó
á
la
perfección el papel de la virtud calumiada. "
o sen–
tida,
dijo,
el sali?- de la Sec1·etaría de Estado ó de la Presi–
dencia del Consejo con tal de co1ise1·va?· la estimación
de
mi
Soberano. ¡Olt, se11or, no me 1agáis el más infeliz caballe·ro
tle v11esttros dominios, negándoos
á
declrwa1· qae no me consi-