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LORD MACAULAY.

que, en opinión de todas las personas juiciosas

é

im–

parciales, fueron calificados de incontestables (1 ). Pero

los

discretos están siempre en minoría, y entonces

casi ninguno era imparcial. La nación entera estaba

convencida de que todos los papistas sinceros se

creían

obligad.os

á

cometer perjurio, siempre que de

ese modo pudieran contribuir á la prosperidad de su

Iglesia. Personas

q.ue

se habían educado en la reli–

gión protestante y por el sólo afán del lucro habían

fing·ido convertirse al catolicismo, er:;tn, si tal pudiera

darse, menos dignas de crédito que los católicos sin–

ceros. Las declaraciones de cuantos pertenecían á

estas dos clases fueron, pues, consideradas como de

ning·ún valor. De este modo el peso del testimonio

en que Jacobo había confiado quedó g-randemente

· reducido. Y aun lo que quedó fué examinado mali–

ciosamente. A cada uno de los pocos protestantes que

habian declarado se les encontró alguna tacha que

ponerles. Uno era notoriamente un servicial y com–

placiente parásito. Otro, si bien aün no había aposta–

tado , estaba unido por cercano paren tes o á un após–

tata: El pueblo preguntó, como ya lo había hecho

desde el principio, por qué, si no había eng·año , sa–

biendo el Rey como sabía que muchos dudaban de la

realidad del embarazo de su esposa, no había te:r;i.ido

cuidado de que el nacimiento pudiera probarse de

~na

manera más satisfactoria. ¿No era, acaso, para

sospechar, el haber cj.ado á luz antes de tiempo, el sú–

bito cambio de domicilio, la ausencia de la Princesa

Ana y del Arzóbispo

~e

Oant-erbury?

¡,Por

qué no había

asistido ningún Pre}a!io de la Iglesia nacional? ¿Por

qué no se había heéüo llamar al Embajador holandés'?

(1) Tráta·se esta cuestión cou toda minuciosidad ºen la edición

de Howell de las

Causas de Estado.