F.EVOLUCIÓN DE INGLATERRA .
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no, consideraba
á
Halifax culpable y que habí a hecho
la pregunta,
á
la manera que un caballero pregunta á
otro que ha sido calumniado, si hay algún funda–
mento para la calumnia.
«En ese caso,
dijo Halifax,
no tengo inconveniente en decl(}//'M' como 1tn caballei·o que
hablase
á
otro, poi·
ni
ltonor, que es tan sag1·ado como mi
j u1·amento , que no
lle
invitado
á
venir al Pdncipe de 01·an–
ge.
(l )" Lo mismo dij eron Clarendon y Nottingham.
El Rey tenía aún más deseo de conócer la opinión
de los Prelados. Si se mostraban hostiles, su trono
peligraba realmente. Mas
no
podía ser. Había algo
de mons truoso en la suposición de que cualquie:i:a
Obispo de la Iglesia anglicana pudiera rebelarse
contra su soberano . Compton
fué
llamado al g·abi ·
·nete del Rey, el cual le preguntó si creia que la
aserción del Príncipe tenía el más leve fundamento.
Hl
Obispo se encontró en una situación difícil, porque
él era uno de los siete que haJ;lian firmado lu invita–
ción, y su conciencia, que no pecaba de ilustrada, no
le hubiera permitido, según parece, decir una false–
dad.
«Se1'ior,
dij o,
con/io JJlenarmente que no J1p,y 1mo soto
ele mis 71e1'7f/,anos, que no esté tan inocente como yo, de seme–
j ante delito.»
El equívoco era ingenioso, si bien puede
ponerse en duda que la diferencia entre el pecado de
.semejante equívoco y el de decir una mentira, valiera
la pena de gastar algún ingen io. El Rey se dió por
satisfecho, diciendo:
«No dudodeninguno devosotros, pm·o
me pa?·ece necesa1·io que neguéis públicamente la injame
acusación que se os irwputa en la declamcióii del P1·íncipe .
"
El Obispo solicitó , como era natural, que se le permi–
tiese ver el documento que debia contradecir; pero el
Rey no se lo con.sintió en modo al guno.
(I) Ronquillo, nov. 12 (22), 1688. •Estas respuestas, dice Ron–
quillo,
~on
ciertas, aunque m!\s las encubran en la corLe.•