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F.EVOLUCIÓN DE INGLATERRA .

265

no, consideraba

á

Halifax culpable y que habí a hecho

la pregunta,

á

la manera que un caballero pregunta á

otro que ha sido calumniado, si hay algún funda–

mento para la calumnia.

«En ese caso,

dijo Halifax,

no tengo inconveniente en decl(}//'M' como 1tn caballei·o que

hablase

á

otro, poi·

ni

ltonor, que es tan sag1·ado como mi

j u1·amento , que no

lle

invitado

á

venir al Pdncipe de 01·an–

ge.

(l )" Lo mismo dij eron Clarendon y Nottingham.

El Rey tenía aún más deseo de conócer la opinión

de los Prelados. Si se mostraban hostiles, su trono

peligraba realmente. Mas

no

podía ser. Había algo

de mons truoso en la suposición de que cualquie:i:a

Obispo de la Iglesia anglicana pudiera rebelarse

contra su soberano . Compton

fué

llamado al g·abi ·

·nete del Rey, el cual le preguntó si creia que la

aserción del Príncipe tenía el más leve fundamento.

Hl

Obispo se encontró en una situación difícil, porque

él era uno de los siete que haJ;lian firmado lu invita–

ción, y su conciencia, que no pecaba de ilustrada, no

le hubiera permitido, según parece, decir una false–

dad.

«Se1'ior,

dij o,

con/io JJlenarmente que no J1p,y 1mo soto

ele mis 71e1'7f/,anos, que no esté tan inocente como yo, de seme–

j ante delito.»

El equívoco era ingenioso, si bien puede

ponerse en duda que la diferencia entre el pecado de

.semejante equívoco y el de decir una mentira, valiera

la pena de gastar algún ingen io. El Rey se dió por

satisfecho, diciendo:

«No dudodeninguno devosotros, pm·o

me pa?·ece necesa1·io que neguéis públicamente la injame

acusación que se os irwputa en la declamcióii del P1·íncipe .

"

El Obispo solicitó , como era natural, que se le permi–

tiese ver el documento que debia contradecir; pero el

Rey no se lo con.sintió en modo al guno.

(I) Ronquillo, nov. 12 (22), 1688. •Estas respuestas, dice Ron–

quillo,

~on

ciertas, aunque m!\s las encubran en la corLe.•