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LORD MACAULAY.

Al día sig uiente apareció un decreto amenazando

con los más severos casti gos á cuantos hici esen circu–

lar ó se atreviesen

á

leer el manifie8to de Guiller–

mo (1). El Primado y los pocos lores espirituales que

se hall aban entonces en Londres recibieron orden de

presentarse al Rey. Asistió Preston

á

la Audiencia con

la declaración del Principe en la mano.

«Af üores,

dijo

Jacobo,

escuchad este Jl(!Saje que va con vosotros.»

Preston

entonces leyó el párrafo en que se mencion aba á los

Obispos de la alta Cámara. El Rey continuó diciendo:

«No creo wia palabra de todo esto: estoy satisjeclto de mtestra

inocencia, pero me pance oportuno !¡aceros sabe1· de qué se os

aC?tSa.»

El Primado protestó, en medio de mil frases respe–

tuosas, que el Rey no le hacia más que justicia.

«Yo

he

nacido en

et

servicio de S.

M .,

y repetidas veces lte confi1·–

mado con mis ju1·amentos la obligación de se1·vi?-le en qtte me

hallo. Sólo p11edo teiuw t(n Rey

á

la vez. No lte invitado al

P1-incipe á veni?-, y no creo

q~te

ninguno de mis colegas lo ltaya

!techo.- Po1· mi parte estoy scgttro de mi inocencia,

dij o

Orewe, obispo de Durham.-Y

yo lo mismo,>•

dijo Oart–

wright, que lo era de Ohester. A Orewe y Cart–

wright podía muy bien concederse crédito, pues ambos

habían pertenecido á la Comisión eclesiástica. Cuando

ll egó el turno

á

Comptun, supo eludir la cuestión con

una habilidad que hubiera dado envidia á un j esuita:

«Ayer dí mi respuesta

á

V. M'.»

Jacobo repitió una y otra vez que los consideraba

inocentes de toda culpa. Sin embarg o, á su juicio,

seria bueno, para el servicio deLRey y para su propio

honor, que se vindicasen públican:iente. Así, pues,

les mandó redactar un documento donde declarasen

11)

Gaceta ele Londres,

5 de nov. 1688. La proclamación es del

2 de noviembre.