!0,2
LORD MACAULAY.
ella y sólo se1·vfrán á exace1·ba1· los ánimos. Que cada uno
diga
sí
ó no. Pe1·0 yo no jmedo consentfr
mi
snmeterme al
voto
de
la maywla. Sentiré mucho tener que ?'omper la unión,
·
pe1·0 mi conC'¿encia no me permite da1· lect1t1·a
á
la JJecla1·a–
ción de Indulgencia.,,
Tillotson, Patrick, Shcrlock y Ste–
lling Fleet se G.eclararou de la mi ma opinión . La
mayoría cedió á minoría tan respetable, procedién–
dose en segu ida
á
redactar un acta, por la cual todos
los presentes se comprometían á no leer la Declara–
ción . Patrick fué el primero en poner su firma. Fowler
el seg·undo. El acta corrió por la ciudad, y muy pronto·
la suscribieron ochenta y cinco firmas (1).
En tanto, algunos Obispos deliberaban con gran in–
qui etud acerca de la conducta que debían seguir. El
12 de mayo se congregaba una asamblea de varones
doctos y respetables en torno de la mesa del Primado,.
en Lambetb. Entre los asistentes figuraban Compton,
obispo de Londres; Tumor, obispo de Ely; White.
obispo de Peterborough, y Tenison, rector üe la parro–
quia de San Martín . El
onde de Clarendon, celoso
y
entusiasta amigo de la Iglesia anglicana, había sido
invitado. Cartwright, obispo de Chester, se introduj o,
en la reunión, probablemente
á
espiar lo que alli se hi–
ciese. Mientras él e tuvo presente se guardó la mayor
circunspección, mas no bien hubo partido, la gran
cue tión que llenaba las mentes de todos fué pro–
puesta y discutida. La opinión general era que no se
leyese la Declaración, y así escribieron cartas
á
algu–
nos de los .más re petable prel ados de la provincia de
Canterbury, suplicándoles acudir sin dilación
á
Lon–
dres para auxiliar
a
u metropolitano en esta cri-
is (2). Como nadie dudaba que esta cartas se abri-
(l) Johnstone, mayo 23, 1688. Hay un poema eatirico sobre esta
reunión, titulado:
La Cabala clerical .
(2) Clarendon,
lJiario,
mayo 22, l