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LORD MACAULAY.
profesión, apenas se abrigará duda que la R.eal orden
produciría en ellos el efecto de la más cruel afrenta.
Decíase vulgarmente que Petre había manifestado ta–
les intenciones en una grosera metáfora tomada de
Ja literatura oriental. Quería, dijo, hacerles eomer
fango; el más repugnante y asqueroso faug·o. ¿Pero se
neg·aría el clero
anglicano á cumplir orden tan tirá–
·Dica y cruel? El
R.ey_era de carácter arbitrario y vio–
lento. Los procedimientos de la Comisión eclesiástica
eran sumarios como los de un tribunal marcial. Todo
·e1 que se aventurase á resistir, podría verse en m?.nos
de una sem<:1na arroj ado de su parroquia, despojado
de todas sus rentas, incapacitado para la posesión de
todo beneficio eclesiástico y reducido á mendigar de
puerta en puel'ta. Cierto que si todo el clero unido tra–
taba de resistirse á la vo!untad R.eal, ern probable que
aun el mismo Jacobo no e atre:viese á castigar á diez
mil delincuentes á la vez. Pero no había lugar para
formar una gran coalición. El decreto apareció en
la
Gaceta
el 7 de mayo, y el 20 debía leei·se la Declara–
ción en todos los púlpitos de Londres y sus cerca–
nías. No era posible, absolutamente, en aquel tiempo
concertar en quince días y asegurarse de las iuten–
{}iones de la décima parte del clero parroquial espar–
cido por todo el reino . o era fácil en tan poco tiempo
recoger la opinión de todos los Obispos. Era también
de t emer que si el clero se negaba á dar lectura
á
la
Declaración , los protestantes disidentes, in terpretaudo
mal la negativa y desesperando de alcanzar la menor
tolerancia de los miembros de !a Ig lesia anglicana
a rrojarían en la balanza todo el peso de su poder en
favor de la Corte.
El clero, pues, vacilaba, y su vacilación tiene buena
excusa, poJ·que algunos laicos emilientes que disfru–
tab;m de g ran favor en la confianza pública, estaban