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LORD l'>tACAULAY.
se die-tase sentencia en tan g ran número de causa
importantes. La tiranía no podia llevar con paciencia
tal dilación. Nada se omitió de cuanto pudiera
int~midar á los distritos rebeldes, volviéndoles
á
la obe–
diencia. En Buckingham, algunos de los oficiales
municipal es habían hablado de Jeffreys en términos
poco lisonjeros. Fueron perseguidos, y se dió á en–
tender que no encontrarían merced ámenos de no
rescatarse entregando su Carta municipal (1). Más.
violentas fuer.:in aún las medidas adoptadas en Win–
chester. :Un
inm~nso
cuerpo rle tropas marchó á alo
jarse á la ciudad con el solo propósito de molestar y
asustará los habitantes (2). La ciudad se mantenía
firme, y Ja voz pública acusaba sin rebozo al Rey, de
imitar los peores crímenes de su col ega el Rey de
Francia. Decíase que las
d?·agonadas
hablan comen ·
zado . Había, pues, justa causa para alarmarse. Creía
Jacobo que la mejor manera de vencer
y
doblegar el
espíritu' de una ciudad obstinada, sería obligará los
habitantes á dar alojamiento á los soldados.
;¡o de–
biera ignorar que semejante práctica babíll. excitado
sesenta años antes formidable descontento, y que ha–
bía sido declarada ilegal, con toda solemnidad , en Ja
petleión de derechos, estatuto
~así
tan venerado por
los Ingleses como Ja Magna Carta. Pero el Rey espe–
raba alcanzar de los t ribunales de justicia una decla–
ración en que se establecie e que ni aun la petición
de derechos podía contrarrestar la regia prerrogativa_
Consultó al efecto al Chief Justice del Tribunal del
Banco del Rey (3); pero ei resultado de la consulta
permaneció secreto, y al c11:bo
de
muy pocas serna-
(1) Citters, rpayo 22 (junio 1), 1688.
(2)
Ibid. , mayo l (lll, 1688.
(9)
Tbid., mayo 18 (28), 1688.