REVOLUCIÓN DE I GLATERRA.
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no s
reputaba indispensable la instrucción prepara–
toria, Jo más que se bacía era encargarles que nave–
garan algunas semanas en un buque de la armada,
donde,' libres
y
exentos de toda disciplina,
y
reci–
biendo señalada muestras de respeto, y pasando el
tiempo n fe tines y diversiones más ó. menos licitas,
si aprendian el sentido de algunas palabras técnicas
y lo nombre de los puntos de la brújula, se les de–
claraba capaces para mandar un navío de tre puen–
tes. Tanto es así, que en 1666 John Sheffield, Conde
d Mulgrave, se alistó como voluntario, á la edad de
diez y
iete años, para servirá bordo contra los Holan–
deses; que después de pasar seis semanas embarcado,
divirtiéndose á su antojo en compañía de algunos
libertinos de su clase, regresó
a
Inglaterra para to–
mar el mando de un escuadrón de caballería, y que,
aun cuando desde aquel momento no volvió á nave–
gar basta 1672, fué nombrado inmediatamente capi–
tán de un navío de ochenta y cuatro cañones, que se
consideraba como el mejor de la armada. Tenía en–
tonces el
onde veintitres años,
y
tre meses muy es–
caso d nav gar.
uando regresó de aquella excur–
sión naval recibió 1 despacho de coronel de infant-e–
ria. Por tal modo se daban los mandos de la mayor
importancia en aquel tiempo;
y
bien será decir que,
con er escandalo o el ejemplo citado, aun puede ba–
llár ele cierta disculpa en razón
á
que, si faltaban la
'experiencia
y
lo
conocimientos necesarios
á
Mul–
graYe, tenía talento y valor de sobra. Otros, en cam–
bio, alcanzaron medro parecidos, no sólo sin ser bue–
nos oficiale
sino que intelectual
y
moralmente se
hallaban incapacitados de serlo,
y
cuyos títulos
á
tan
señalada mercede
consistían en estar arruinados
por
el
vi io
y
la disipación. El estímulo que tenían
e to
hombre
para entrar en la marina consistía