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REVOLUCIÓ!" DE INGLATERRA.

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La disciplina era lo que podla ser con tales jefes,

pues del propio modo que no respetaba el capitán cor–

tesano al Almirantazgo, los marineros se mofaban del

capitán, en razón á que más entendía cualquier gru–

mete de la ciencia de navegar que no él,

y

á que hu–

biera sido absurdo suponer que hombres familiariza–

dos con las tempestades de los trópicos

y

los bancos

de hielo del polo ártico se sometieran á obedecer,

pronta

y

respetuosamente, á quien no sabía más de

los vientos

y

de las olas que lo aprendido bogando

en una barquilla dorada entre Whitehall Stairs

y

Hampton, Oourt. Y como que confiará estos capitanes

la maniobra de los buques era imposible, así este car–

go como el de la derrota lo -ejercían los pilotos; divi–

sión de autoridad que tenía muchos

y

grand.es

incon–

venientes en la práctica, por no ser

fácil emp

resa el

deslindar con exactitud ias atribuciones de cada uno.

De aqui las querellas que surgían,

y

que los capita–

nes, tanto más satisfechos de sí mismos cuanto eran

más ignorantes, tratasen á los pilotos

y

contramaes–

tres con soberano desprecio, mientras contramaestres

y

pilotos, que conocían el peligTo de indisponerse

con hombres poderosos, cedían las más de las veces

contra sus·convicciones tras floja

y

tímida resistencia,

siendo maravilla que la consecuencia tlel conflicto no

fuese la pérdida del buque

y

de sus tripulantes. Por

tanto, los menos temibles de los capitanes aristocrá–

ticos eran aquellos que abandonaban de todo en todo

sus naves á los pilotos,

y

se ocupaban sólo en ganar

dinero

y

gastarlo, en vivir de la manera más fastuos::c

y

muelle, en vestirse como para los besamanos de

Versalles, en comer en vajilla de plata, en beber los

vinos más exquisitos

y

tener odaliscas á bordo, mien–

tras que el hambre

y

el escorbuto hacían estrago en la

tripulación

y

cada día se arrojaban cadáveres al mar-

TOMO II

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