REVOLUCJÓ
DE l TGLATERRA.
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La Corte toda era un hervidero de intrig a g·alan–
tes y ambi ciosas. El tráfi co de honores, empleos y
mercedes era ince an te.
atural era que
á
un hombre
á
quien diariamente se veía n Palacio y de quien se
sabía que era siempre admitido
á
la presencia del Rey,
se Je importuna e con frecuencia, á fin de que hiciera
de su ascendi ente un uso que la rígida moral conde–
na. La integ ridad de Penn habiaso mantenido firme
contra la violencia y la persecución. Pero ahora, te–
niendo que luchar con reales sonrisas y femeniles ar–
tificio , con la elocuencia insinuante y la delicada
adulación de v teranos diplomáticos, y cortesano ,
su resolución empezó
á
ceder. Frases y t!tulos contra
los que muchas veces había pr otestado, se scapaban
en ocasiones de sus labio y de su pluma. Poco im–
portaría si su falta se redujese
á
tales complacencia
con los usos del mundo. Por desgracia, no puede
ocultarse que t uvo g·ran parte en alg unas relaciones
condenadas , no sólo por el severo código de la socie–
dad á que pertenecía, sino por el común sentir de to–
dos los hombres honrados. Más adelante pro te tó de
que sus manos se hallaban puras de toda ilí cita g a–
nancia, y de que nunca había recibido la menor gTa–
tificación de aquellos
á
quienes sirviera, aunque hu–
biera podi do fácil mente, mientras duró su infiuencia
en la Corte, haber g anado cien to veinte mil libras (1 ).
A esta aserción debe concederse entero crédito. Pero
hay recompensas para la vanidad como para Ja codi–
cia, y es imposible neg·ar que Pcnn
fué
seducido y
tomó parte en alg unos injustificables $ratos cuy o
provecho disfrutaron otros.
(!)
Veinte mil en mi bolsillo,
y
cien mil en mi provincia.- Oarta
de Pen n l•
Poppls.