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REVOLUCJÓ

DE l TGLATERRA.

303

La Corte toda era un hervidero de intrig a g·alan–

tes y ambi ciosas. El tráfi co de honores, empleos y

mercedes era ince an te.

atural era que

á

un hombre

á

quien diariamente se veía n Palacio y de quien se

sabía que era siempre admitido

á

la presencia del Rey,

se Je importuna e con frecuencia, á fin de que hiciera

de su ascendi ente un uso que la rígida moral conde–

na. La integ ridad de Penn habiaso mantenido firme

contra la violencia y la persecución. Pero ahora, te–

niendo que luchar con reales sonrisas y femeniles ar–

tificio , con la elocuencia insinuante y la delicada

adulación de v teranos diplomáticos, y cortesano ,

su resolución empezó

á

ceder. Frases y t!tulos contra

los que muchas veces había pr otestado, se scapaban

en ocasiones de sus labio y de su pluma. Poco im–

portaría si su falta se redujese

á

tales complacencia

con los usos del mundo. Por desgracia, no puede

ocultarse que t uvo g·ran parte en alg unas relaciones

condenadas , no sólo por el severo código de la socie–

dad á que pertenecía, sino por el común sentir de to–

dos los hombres honrados. Más adelante pro te tó de

que sus manos se hallaban puras de toda ilí cita g a–

nancia, y de que nunca había recibido la menor gTa–

tificación de aquellos

á

quienes sirviera, aunque hu–

biera podi do fácil mente, mientras duró su infiuencia

en la Corte, haber g anado cien to veinte mil libras (1 ).

A esta aserción debe concederse entero crédito. Pero

hay recompensas para la vanidad como para Ja codi–

cia, y es imposible neg·ar que Pcnn

fué

seducido y

tomó parte en alg unos injustificables $ratos cuy o

provecho disfrutaron otros.

(!)

Veinte mil en mi bolsillo,

y

cien mil en mi provincia.- Oarta

de Pen n l•

Poppls.