REVOLU ION DE 1 'GLATERRA.
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que con armas mortales se haciau pedazos,
y
aplau–
día con entusiasmo cuando uno de los combatientes
perdia un dedo ó un ojo. Las cárceles eran infierno en
la tierra, escuela de crímenes
y
semillero de enferme–
dades. Cuando el reo, flaco
y
amarillo, era sacado de
su calabozo
y
conducido ante el Tribunal, llevaba
consigo tan pestilente atmósfera, que con frecuencia
le vengaba de los jueces, de los jurados
y
aun del
público. Todas estas miserias eran consideradas por
la socierlad con la más completa indiferencia. Inútil
fuera buscar la sensible é infatig·able compasión que
en nuestros días ha tendido su protectora mano al
niño de las fábricas, á la viuda india
y
al negro es–
clavo; que examina las provisiones
y
las barricas de
agua de los buques de emig rantes; que se estremece
al sentir el ruido del látig·o en las espaldas del sol–
dado borracho; que no permitiría que el ladrón en–
cerrado en un presidio careciese del necesario ali –
mento,
ó
sufriese por el exceso de trabajo;
y
que re–
petidas veces ha intentado salvar la vida del asesino.
Cierto que la compasión, como todos los sentimien–
tos, debe estar sometida al gobierno ·de la razón,
y
que por falta de esto ha conducido
á
veces á extremos
ridiculos
y
deplorables. Pero cuanto más estudiemos
los anales del pasado, más nos regocijaremos de vivir
en una edad·de gracia, en una época en que la cruel–
dad se mira con horror,
y
en que el castigo, aun sien–
do merecido, se impone con repugnancia
y
obede–
ciendo sólo al cumplimiento de un deber. Todas las
clases han ganado indudablemente con -este gran
cambio moral, pero la clase que ha ganado más es la
más pobre, la más dependiente
y
la más indefensa.