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REVOLU ION DE 1 'GLATERRA.

195

que con armas mortales se haciau pedazos,

y

aplau–

día con entusiasmo cuando uno de los combatientes

perdia un dedo ó un ojo. Las cárceles eran infierno en

la tierra, escuela de crímenes

y

semillero de enferme–

dades. Cuando el reo, flaco

y

amarillo, era sacado de

su calabozo

y

conducido ante el Tribunal, llevaba

consigo tan pestilente atmósfera, que con frecuencia

le vengaba de los jueces, de los jurados

y

aun del

público. Todas estas miserias eran consideradas por

la socierlad con la más completa indiferencia. Inútil

fuera buscar la sensible é infatig·able compasión que

en nuestros días ha tendido su protectora mano al

niño de las fábricas, á la viuda india

y

al negro es–

clavo; que examina las provisiones

y

las barricas de

agua de los buques de emig rantes; que se estremece

al sentir el ruido del látig·o en las espaldas del sol–

dado borracho; que no permitiría que el ladrón en–

cerrado en un presidio careciese del necesario ali –

mento,

ó

sufriese por el exceso de trabajo;

y

que re–

petidas veces ha intentado salvar la vida del asesino.

Cierto que la compasión, como todos los sentimien–

tos, debe estar sometida al gobierno ·de la razón,

y

que por falta de esto ha conducido

á

veces á extremos

ridiculos

y

deplorables. Pero cuanto más estudiemos

los anales del pasado, más nos regocijaremos de vivir

en una edad·de gracia, en una época en que la cruel–

dad se mira con horror,

y

en que el castigo, aun sien–

do merecido, se impone con repugnancia

y

obede–

ciendo sólo al cumplimiento de un deber. Todas las

clases han ganado indudablemente con -este gran

cambio moral, pero la clase que ha ganado más es la

más pobre, la más dependiente

y

la más indefensa.