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E~

te cuento es un bellísimo sífbolo: el ser humano puede, por un ideal

de verdad, de belleza o de bien, apasionado de su ensueño, buscar en

todas las potencias del alma. y del cuerpo su realización; concentra su

vivir en derredor de ese ideal o de esa cuita y ' cae, a veces,. agotado en

el instante mismo en que cree aprehender 'la imagen de su sueño. Lo

má~

hermoso de nuestra civilización se nutre de sus sacrificios, y, dentro de

cierta medida, todos ·podemos aproximarnos algo al alfarero Apumarcu.

EL ALFARERO

(Sañu-Camayok)

"Su frente ancha, su cabellera crecida, sus ojos hondos, su mirada

dulce. Una vincha d·e plata ataba sobre las sienes la rebelde cabellera.

Sencillo era su traje y apenas en la blanca umpi de lana un dibujo sen–

cillo orlaba los contornos. Nadie había oído de sus labios una frase. Sólo

hablaba a los desdichados para regalarles su bolsa de cancha

y

sus hojas

de coca. Vivía fuera de la ciudad en una cabaña. Los camaye>·cs habían

acordado no ocuparse de él y dejarle hacer su voluntad inofensiva para

1

el orden del

lmper.io

. De vez en cuando encargábanle un trabajo o él

mismo lo ofrecía de grado para el Inca o para el servicio del Sol. Las.

gentes del pueblo le tenían por loco. .Su familia no

1~

veía y él huí:a, de

todo trato. Trabajaba febrilmente. Veíasele a veces largas horas contem–

plando el cielo. Muthos de los pobladores encontrábanle solo, en la sel–

va, cogiendo arcillas de colores u hojas para preparar sus pinturas, o

cargando grandes masas de tierra para su labor. Pero nadie veía sus

trabajos. Nadie jamás había entrado a su cabaña. Una vez el Curaca

le mandó a su hijo para que

apr~ndiera

a su lado el noble y difícil arte

de la alfarería. El muchacho era despierto y alegre. Tenía afán creciente

por aprepder, y labró su primera obra. Pero cuando más contento es–

taba el Curaca:, recibió un día a su hijo despavorido. Temblaba el niño,

todo, lleno d,e barro, y sólo musitaba temeroso y con los ojos desmesu–

rados:

_--.¡Supay!; ¡Supay!; ¡Supay!

Y no quiso volver más a la ¡casa del artista. Porque un día mientras·

él labraba afuera, mandó al muchacho a sacqr un jarrón fresco. El niño,

solícito, acudió y en la oscura habitación buscó el objeto a tientas. Pero

ne

aquí que ·cuando menos pt:nsó encontróse con una enorme sombra y

qujso salir precipitadamente; sintió sus manos detenidas por un mons–

truo enorme que luchaba con él. Era una gran estatua de Supay, que· se

secaba en la habitación, y el niño, al querer huir, haq:ja metido en la

fresca arcilla sus manos y a medida que quería desprenderse, .más se

?Prisionaba en el barro y gritaba despavorido y .el Supay se derribó y

cayó sobre él y llegó el artista y lo libró.

D~sde

entonces cortó toda relación con los del pueblo. El mismo se

procuraba su alimento. El iba en pos de las frutas del valle, canjeaba a

los viajeros huacos por coca y así vivía, libre como un pajáríllo. Un día

él le envió al Inca una serpiente

d~

barro que silbaba al recibir el agua,

y

causó tal espanto que el Inca hubo de mandarla al templo del Sol. Otro