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cipales lenguas··de los al1nrigenes americanos.

Antes de terminar este opúsculo, que se lo en–

vío impreso, para evitar toda equivocación en la

lectura de palabras exóticas, he de discurrir algo

sobre el origen probable de los idiomas quichuaJ '

maya, quiché, aymará, guaraní, haitiano y demás

afines, que quizá han sido la base principal de cuan–

to se habla en el Continente. Mucho he meditado

· sobre el particular, aunque deplorando la falta de

obras que me den cuanta luz fuere posible.

Sentaré algunos a'ntecedentesJ para fundar en

ellos una conjetura, una sospecha, que puede no ·

ser exclusivamente mía, aunque ignoro que algún

otro escritor la haya enunciado.

·

Las palabras que menos gasta y altera el

~so,

las que más difícilmente se corrompen, al contac–

to de lenguas extrañas, son, lo creo, las que forman

la nomenclatura geográfica de cada localidad, en

cualquiera parte del mundo. Parece que toda pobla–

ción cuida incesantemente de que los nombres de

su comarca no sufran detrimento· alguno y pasen

á la posteridad tan intactos como la antigüedad los

ha trasmitido. Concretándome á estos países del

Ecuador, diré á usted que, en la denominación de

campos, montes, ríos,

&.

abundan, á par de las

palabras quichuas, otras que indudablemente han

sido de diverso idioma,

y

que, á pesar de los siglos,

han pasado vivas á nuestra edad, como indeleble–

mente escritas en la faz de la tierra.

Si los nombres geográficos, suelo decir yo, tie–

nen el raro privilegio de estereotiparse

y

subsistir

sin alteración en el suelo de cada comarca, eximién–

dose de la acci n destructora del tiempo, que co–

rroe, desgasta

y

modifica, si no suprime totalmen-