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tezco de las principales lenguas, habladas antigua–

mente las unas, y actualmente las otras, desde

México, por lo menos, hasta las inmediaciones

del Plata.

Pero¿ hahráen alguno de

estos~iomas

palabras

que se asemejen á las del Japón? Respondo que

las hay,

y

muchas, pertenecientes al idioma qui–

chua y á otros que indudablemente le han prece–

d ido, según dejo insinuado ya. Harto en que

meditar me ha dado esta curiosa coincidencia, y

hoy.

que se me ha presentado la ocasion, he 'for–

tilado, para usted, una breve lista de voces japo–

nesas [ geográficas casi todas

J

y otra paralela de

palabras americanas (geográficas también las más),

á

fin de que resalte la semejanza, que no me pa–

rece meramente casual, por su frecuencia, en vo-

ces de diversa especie

y

terminación.

·

No expreso la equivalencm castellana de las que

en quichua la tienen; porque ignoro la que ten–

gan las similares del Japón

y

aún las que hayan

tenido aquellas otras, de lenguas americanas ya

extinguidas. Me limito únicamente á manifestar la

identidad de estructura y valor fonético de las

que comparo, sin asegurar que signifiquen cosas

más ó menos análogas. No doy, por supuesto; im–

portancia alguna á mi observación: puede ser que

me alucine la forma externa, la simple

facies

de

los vocablos, y que éstos, según el valor de sus raí–

ces, tengan sentido muy distinto. Expongo sola–

mente una conjeturaJ una presunción, respecto de

esta particularidad, digna de ser estudiada por per–

sona que, t eniendo mayores aptitudes que yo, dis–

ponga de los libros necesarios, para ilustrar en ·lo

posible la materia.

Yo no sé si algún escritor se haya fijado en

oste hecho,

Y-

hé aquí mi diminuto vocabulario