a Garcilaso de la Vega. Este autor, justi–
cieramente ponderado, pero aún no bien
comprendido, declara que los relatos que
consigna en sus
Comentarios Reales,
pro–
vienen de personas que pertenecían a los
grupos dirigentes, que las recibieron de
"las propias palabras de los Incas". El
mito sobre el origen de los Incas, según
Garcilaso, es el siguiente: apiadado el Pa–
dre Sol -la divinidad de esos tiempos-,
por el estado de semisalvajismo en que vi–
vían los habitantes de los valles del Vilca–
mayu, envió a sus hijos
Manco Cápac
y
Mama OcUu
para que los civilizaran y
adoctrinasen en la religión solar. "Con esta
orden y mandato puso nuestro Padre el Sol
estos dos hijos suyos en la laguna Titica–
ca"; les dió una varilla de oro para que,
donde ella se hundiese en sus exploraciones,
allí se asentas·en como "Reyes y señores de
todas las gentes que assí doctrináredes con
vuestras buenas razones, obras y govierno".
"Ellos salieron de Titicaca y caminaron al
septentrión", hasta llegar a los valles del
Cosco, "que entonces todo estava hecho
montaña brava". En ese valle, Manco le
dijo a su hermana
y
mujer: "conviene que
cada uno por su parte vamos a convocar
y
atraer esta gente, para los doctrinar y
hazer el bien que Nuestro Padre el Sol nos
manda". Convocáronlos, en efecto, a "los
primeros salvajes que por estas sierras y
montes hallaron", los cuales, maravillados
por la figura y el indumento que llevaban
y
por los métodos persuasivos que emplea–
ron, "los adoraron y reverenciaron como a
hijos del Sol y obedecieron como a Reyes";
ayudándoles para atraer mayor número de
hombres y mujeres. Los recién llegados, les
iniciaron en las tareas agrícolas y en la
construcción de viviendas, "dando el Inca
la traza cómo las devian hazer". Mama
Ocllu enseñó a las mujeres a hilar y tejer
y "los demás oficios del servicio de casa".
Uno y otro desempeñaron, como se despren–
de del relato, el cometido de maestros. En–
señaron, fueron los iniciadores de prácti–
cas nuevas y desconocidas por los terríge-
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nas de esos valles confinantes con la selva.
Y fué tan decisivo el poder de las virtudes
y de los conocimientos de Manco Cápac y
de su esposa, que fueron acogidos no sólo
como maestros, sino como seres investidos
de poderes sobrehumanos.
Reduzcamos esta versión mítica a térmi–
nos comprensibles para nuestra época. Au–
xiliados por la Sociología y por las teorías
culturales, podemos concluir por esta expli–
cación: La pareja misteriosa, emergida del
Titicaca no es sino simbólica de un grupo
humano que se desplazó de uno de los cen–
tros vitales de la meseta, después de la
destrucción de Tiahuanacu, a causa de un
cataclismo geológico o como consecuencia
de una guerra que determinó su colapso
político. Emigrantes con rumbo al norte,
continuando en cierta forma la trayectoria
de las culturas que siguen el curso de este
a oeste, arribaron a regiones propicias a su
establecimiento. El mandato del Sol, para
que allí donde se hundiese la barra de oro,
es también otro símbolo del asentamiento
en una región donde la vida fuese más lle–
vadera: búsqueda de terrenos fértiles, en
buen sentido. En esta emigración, los ayma–
ras -eran de esta raza los civilizadores-,
encontraron grupos primitivos, a los que re–
dujeron hábilmente. Se trató, pues, de una
colonización en un medio apropiado, tan–
to por las condiciones climáticas, como por
la índole pacífica de sus pobladores. La
pareja legendaria pudo haber investido una
forma muy posible de jefatura . del grupo
emigrante que, después, fué reconocida por
propios y extraños. La leyenda en sí, con–
tiene datos por demás sugestivos sobre
el
estado de semisalvajismo en que encontra–
ron los colonizadores a los habitantes de los
valles cuzqueños. No conocían la agricul–
tura, no vivían en comunidades organiza–
das, no sabían las técnicas para la cons–
trucción de casas ni para la fabricación del
vestuario. lniciáronlos en todas estas acti–
vidades -propias de los que alcanzaron
grados de civilización-, hasta dotarles,
además de un gobierno, de una religión.