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en el ámbito de una vieja cultura, la única

que se dió en la América del Sur. Tiene

su genealogía en la

marca

aymara, de

edad milenaria. Fué centro de atracción

cuando los Incas expandieron sus conquis–

tas sobre el Kollasuyo. Durante el Colo–

niaje,. no alcanzó la fama o el auge de

-

-=-

Dolmen de Hachahuilqui. - Araca.

Chuquisaca

.Y

de Potosí. En cambio, se re·

veló con vigorosa personalidad, hasta ser

aquella Intendencia que hizo la Revolu–

ción de mayor contenido político y liber–

tario del Alto Perú.

A esta altura de su existencia, en que

es la ciudad crisol de la vida boliviana,

y

en estos días que siguen al suceso qu·e la

conmovió en su espíritu y en su carne,

para sacudirse del oprobio, hay un moti–

vo más para indagar de qué estratos pro–

fundos provienen su energía

.y

su vocación

libertaria. Ciudad de destino heroico, apta

para las realizaciones del progreso; re–

ceptora y creadora de cultura, víscera

noble, antena y. motor, ¿tiene un pasado

remoto que nos revel-e las viejas raíces de

estas excelencias?

Entre los dos brazos del Ande, allí don–

de sus elevaciones cobran majestad y gran–

deza planetarias, está la altiplanicie, la

pampa

aymara, extensa y cambiante; frí–

gida y misteriosa en la puna y de clima

benéfico y dinamizante en sus declives. No

es desolada como las estepas, ni estéril

como los desiertos, ni monótona como las

llanuras. Donde se dirija la mirada, se

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perfilan las si·erras en sus perspectivas

escalonadas o nos dicen su presencia las

montañas nevadas de entrañas metalíferas

de la cordillera luminosa. Su fauna y flo–

ra aborígenes, no variadas, pero de ejem–

plares útiles y ·estéticamente impresionan–

tes, demuestran su receptividad vital.

En el septentrión del Altiplano, con las

aguas de la Cordillera madre se ha for–

mado el lago Titicaca. La existencia de

este mar interior ha permitido con sus do–

nes -tierras fértiles en sus orillas e islas,

con su fauna y su flora lacustres y su mis–

mo elemento que unió sus confines, inci–

tando a surcarlo-, el asentamiento del

hombre primigenio. Así se explica que en

su hoya se hubiese gestado una cultura. Y

no sólo debieron ser incentivo sus dones

naturales, sino, su belleza misma. Lago de

aguas cristalinas, cuyas tonalidades cam–

biantes en las gamas del azul y del verde,

según el curso del día, conviértense en la

tarde en piélago de sangre o en llanura de

plata. Lago donde se retratan las nubes, en

sus viajes aér·eos y lentos; espejo de los

nevados eternos. En las noches, sus aguas

devuelven su luz a la luna y a las estrellas.

Ámbito sagrado por su silencio, propicio

para dar nacimiento a las teogonías. Ele–

mento de un paisaje que incita a la crea–

ción de mitos; si es benéfico además de

bello. No es extraño que los primitivos ha–

bitantes de su dintorno hubiesen sido los

creadores de .una religión solar. Y que la

fábula, en .su poético simbolismo, hubiese

hecho surgir de su el-emento a la pareja

civilizadora, en er amanecer de un !m–

peno.

Cerca del Altiplano, formando parte de

su cosmos, en la cuenca de un río desco1-

gado de un helero de nombre indígena, se

asentaron los aymaras. Aquí comienza el

génesis de la ciudad de La Paz; su caminar

en el tiempo. Incentivos para su avecinda–

miento pudi·eron ser el clima, menos rudo

que el de la meseta, la existencia del río,