las artes; en las que, si bien aventajaban
a las decadentes aimaras no alcanzaban a
competir con las del apogeo de Tiwanaku,
dedicándose, más bien, a plagiarlas imper–
fectamente. De ahí que parte de su bella
cerámica y sus primorosos tejidos estén co·
piados de aquella época, tanto en sus va–
riadísimas formas como en sus ideogra–
fías y dibujos. Lo mismo se puede -afirmar
respecto a sus construcciones (figura 27).
La alfarería
chukia peña
sufrió igual
detrimento e -influencia. Los ceramios y
fragmentos que se han encontrado en
Llo–
jeta, Tembladerani, Kaikoni
y
Chuquiagui–
llo
y otros valles de
Chukiapumarka~
mues–
tran dichos indicios de menoscabo.
Durante el gobierno del lnkanato,
Ti–
wanakumarka
fué residencia transitoria
de los monarcas
lnkas,
donde se compla–
cían admirando la grandeza de las ruinas,
obra magna de sus ilustres antepasados.
Chukiapumarka
reclinada en el pintoresco
y templado valle aurífero del Chokeyapu,
celosamente custodiado por sus altivos
atalayas -el majestuoso
Illimani,
el le–
gendario
Mururata
y el árrogante
Waína–
potosí-
era la r-esidencia favorita de los
emperadores
hijos del sol. Maita Kápac
(fig. 29) fué el primer lnka que vivió en
l;hukiapu. Pachakutek /nka,
durante su
larga permanencia en ella, se preocupó de
reconstruirla y hacerla progresar. Incre–
mentó la 1nstruoción y la agronomía en
sus fértiles valles.
Época Moderna.
En tanto que los go–
bernantes
lnkas
consolidaban su señorío
sobre los pueblos antipámpidos, llevando
adelante sus dilatadas conquistas, arriba–
ron las aguerridas milicias de Pizarro a
abatir la dinastía de los
hijos del Sol.
El
vasallaje aimara
prosiguió bajo
el
manda–
to de los conquistadores ibéricos. Pero más
tarde, los indómitos patriotas alto-perua-
nos quebrantarían el yugo opresor. Y na–
cería la República.
Así, infausta y miserablemente, finalizó
la gloriosa trayectoria del singular
Impe–
rio de Tiwanaku
y el de sus tradicionales
wiñaimarkas: Tiwanaku
y
Chukiapu.
Conclusión.
Fatalmente, ni nombres
ni pueblos pueden eludir las leyes que ri–
gen la humanidad. Ya se trate de prepon–
derantes imperios como de exiguos países.
Las reglas inmutables que los rigen son
inexorables. Bajo la férula de este impe–
rativo universal, fenece el más grande y
poderoso Imperio Prehistórico de las Amé–
ricas. Empero jamás desaparecerán:
LA CUNA DEL HOMBRE AMERICANO, como
la llamó el conceptuoso arqueólogo Profe–
sor Posnansky:
Tiwanaku.
LA LENG-UA DE ADÁN. Así clasificado el
idioma de los
kollas
por el eximio poliglo–
to Villamil de Rada: el AIMARA.
LA RAZA DE BRONCE, como la denominó
el reputado historiador Arguedas: la
Ko-
J...LA-AIMARA.
•