ORIGENES DE CHUQUIAGO
LA " MARCA" O PUEBLO AYMARA
por
A BR AHAM VALDEZ
"Llegó en la hora en que aprendíamos que nuestro propio
destino estaba ligado a los actos de los que nos precedieron en
el camino,
y
a la estructura misma de la tierra en que nacimos".
T
AS
ciudades viven en trayectoria de
L
siglos. ¿Podremos decir que son eter-
nas? Algunas perduran por mile–
nios; otras decaen, se estacionan o desapa–
recen. Pero, en todas se da un espíritu
propio, un hálito que las anima. ¿Qué
factor·es confluyen en esa expresión invisi–
ble, que existe y que ya hemos llamado
su espíritu? En primer término, el hom–
bre' y, más allá, la tierra, y ambos en in–
fluencia recíproca. Por eso todas las ciu–
dades tienen su destino. El destino -de las
ciudades obedece a leyes, a veces, inexo–
rables. Lo tienen prefigurado, desde que
nacen. Ocurre, sin embargo, que algunas
vencen su sino adverso, y crecen. El cre–
cimiento de las ciudades es trascendente,
histórico. En ellas culminan laboriosos
procesos sociales y adquieren sentido po–
lítico las regiones. Son su expresión o
síntesis. En sus orígenes descubrimos, fa–
talmente, la acción creadora de una estir–
pe. Y, a lo largo de sus vidas, puede ha–
llarse el influjo decisivo, la impronta o la
huella de lo que fueron sus auténticos fun–
dadores. En las ciudades se suceden las
generaciones en un trasiego incesante de
vidas, en alternativas de luchas y pausas
bienhechoras. Es en ellas donde los hechos
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ELlE
FAURE
colectivos adquieren sentido y resonancia
políticos. Por ello hay ciudades próceras,
conductoras y ciudades que vegetan o se de–
gradan. Empero, como en toda parábola
vital, en la trayectoria de las ciudades hay
un curso, un rumbo, un destino que arran–
ca de sus orígenes. Y así descubrimos que
las ciudades tienen personalidad. Esta per–
sonalidad de las ciudades es consecuencia
del carácter dominante de sus pobladores y
del influjo del medio geográfico. Existen,
por tanto, ciudades viriles, altivas, moto–
ras, y ciudades fáciles a la dominación,
indiferen,tes, neutras, como existen ciuda–
des del llano, del valle o de la montaña.
A las ciudades del mundo azpericano las
rigen las mismas leyes sociológicas y geo–
gráficas que a las demás de otros conti–
nentes. Pero tienen un sello peculiar que
las caracteriza. Allí donde se gestaron
culturas y civilizaciones, nuestras ciudades
son hasta prehistóricas. Tales serían Mé–
xico, el Cuzco y ·La Paz. Otras fueron le–
vantadas sobre caseríos o villas indígenas>
conforme a los designios de los conquis–
tadores.
La nuestra, no tiene la ejecutoria de
haber sido cabeza de nación en los tiempos
prehistóricos; sin embargo, le cupo estar