dina, que se encuentra asentada sobre la
escalinata de Kalasasaya y otras construc–
ciones. Dicho desborde y su prolongada
duración se evidencian con los numerosos
hallazgos de moluscos, orestias, paludestri–
nas y otros ( fig. 24). Así como con las hue–
llas dejadas a lo largo del citado valle, que
fué cubierto en toda su extensión,
a
bar–
cando
Tambillo, Laja, Viacha
y las zonas
intermedias, hasta llegar a las proximida–
des de El Alto de La Paz.
Lógicamente, dicha inundación motivó el
éxodo de sus habitantes. Miles de años des–
pués, ,sus descendientes, anoticiados del so–
levantamiento de la cordillera altiplánica,
de la ruptura de las rocas entr·e Araca y el
Illimani por el torrente de las aguas lacus–
tres, que se precipitaron por los barrancos
y
valles def
Tiwanaku, Achokalla, Kgen–
kgo, Sapajake,
etc., así como por el consi–
guiente desc·enso del nivel del lago, regre–
saron a la metrópoli erigida por sus ante–
pasados.
La cerámica alcanza el máximo de su
desarrollo en la pureza de sus formas, la
armonía de sus colores (fig.
25),
y en su
perfecto e incomparable bruñido.
Época de la decadencia de Tiwana–
ku.
'Como resultado de la catastrófica
inundación del período anterior, a la que
se añadieron los fenómenos telúricos
·Y
at–
mosféricos y las invasiones de las hordas
y tribus procedentes de diferentes países y
razas, se produjo el decaimiento total de
la
cultura precedente, aunque se conservaron
la religión, la lengua y la civilización an–
teriores. Lo cual demuestra que el dominio
del invasor sólo fué transitorio. La cerá–
mica retrogradó al primitivismo. Su forma,
la distribución de sus policromías, el puli–
mento y los ideogramas fueron copiados
defectuosamente de tiempos pasados.
Las construcciones degeneraron en las
de la piedra poligonal y la de la
pirka,
cuyos vestigios aun quedan en
alg~nos
aillus de Tiwanaku,
en las islas del Sol y
de la Luna, en los
chullpares
de
Sillustani,
Koana
(
fig. 26). Lógica y páralelamente
23
degeneraron las ciencias, las artes y las
prácticas social-religiosas.
Esta época finaliza con las cruentas lu–
chas sustentadas entre las diversas tribus
de los
kollanas, pacajes, laricajes, macha–
kas, puquinas, urus, pumakanchis, ataca–
mas, etc.,
comandadas por sus I·encorosos
FIG.
29. El Inka Maita·Kapak, primer visitante Orejón
de
Chukiapumarka,
La Paz; según dibujo de Guaman
, Poma de Ayala.
Apus
y
Mallkus: Makuri, Kari, Sapalla,
etc. De estas sangrientas refriegas resulta–
ron unas victoriosas, otras dominadas y al–
gunas exterminadas, como las de los
urus
y
los
chipayas.
Finalmente, después de te–
naz y porfiada resistencia, los
kolla-aima–
ras
fueron abatidos por los invasores
ke–
chuas,
quienes llegaron a señorear en las
vastas tierras conquistadas.
Época de la Daminación lnkaika.
En
el transcurso de esta época de avasalla–
miento, el Imperio de los
Incas Orejones
logró afirmar su potestad. Pero sin conse–
guir imponer su idioma ni su religión ado–
radora del Sol ( fig. 26). En cambio, in–
fluyó intensamente en el desarrollo de las
ciencias, la instrucción, la agricultura
y
'