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de noviembre de 1831, diez años antes de

que su glorioso progenitor obtuviera el

triunfo que habría de hacerlo inmortal. Su

madre, doña Mercedes Coll, de estirpe espa–

ñola, lo amaba con entrañable ternura, por

su carácter romántico y su constitución de–

licada.

Cursó sus primeros estudios en los cole–

gios de La Paz, pero cuando acompañó a su

padre en el ostracismo, ingresó en una aca–

demia mercantil en Valparaíso, donde se

dedicó al estudio de las matemáticas, el in–

glés y el francés, llegando a ser, más tarde,

uno de los hombres más ilustrados d-e Bo–

livia. Era orador elocuente y un eminente

escritor. Como diarista, lució su talento en

publicaciones importantes como

La Época,

de Madrid,

El Mercurio,

de Valparaíso, y

la

Verdad Constitucional,

fundada por

él.

Muy joven contrajo matrimonio, en aquel

puerto, con la señorita Carmen Greenwood,

de ascendencia inglesa. Inclinado, como su

ilustre antecesor, a la carrera de las armas,

la abrazó a la edad de doce años, como

cadete de caballería en la escolta presi–

dencial y la continuó hasta el grado de

teniente coronel.

Tomó parte en la revolución popular de

1857, en favor de Linares, quien lo hizo su

edecán; luego desempeñó la jefatura del

escuadrón "Bolívar"; pero cuando se pro–

dujo el golpe de estado contra este manda–

tal"Ío, rompió su ·espada y abandonó defini–

tivamente la carrera militar.

Fué elegido diputado ante la Asamb]ea

Constituyente de 1861, habiendo presidido

sus deliberaciones. También concurrió a los

congresos de 1862 y 64; pero hecho preso

por orden de Melgarejo, fué sentenciado a

muerte. Se salvó del patíbulo por la inter–

cesión de algunas personas influyentes. De–

seoso el tirano de alejarlo del país, le de–

signó encargado. de negocios en la República

Argentina, misión que renunció al llegar a

Valparaíso.

Sabedor de los asesinatos cometidos por

Melgarejo en Potosí, Ballivián no pudo re–

primir su cólera ante semejantes crímenes,

y lanzó, desd-e Cotagaita, una vibrante pro–

testa contra los excesos del tirano: ..El

estallido del dolor --decía- cuando es

justo, no debe reprimirse; su expansión es

más bien provechosa cuando puede favore–

cer el desarrollo de esas indignaciones bien–

hechoras que regeneran el vigor amortecido

de los pueblos. En la hora del supremo

pe–

ligro, en la hora de las grandes catástrofes,

las sugestiones de la calma y la moderación

no pueden escucharse: propensiones del

miedo, inspiraciones del egoísmo, todos es–

tos narcóticos del alma proscriben la pa–

sión, esa madre fecunda de las acciones ge–

nerosas; ahogan el sentimiento que es la vi–

da, en la palabra que vibra y que conmueve;

matan la convicción que es el alma, en la

palabra que afirma y que persuade. Así lo

comprendemos, por esto hablamos claro y

todos preguntamos: ¿Con qué derecho im–

pera Melgarejo?, ¿con qué derecho roba,

con qué derecho mata?, ¿qué objeto se pro–

pone, adónde se encamina?, ¿lo sabe aca–

so nadie, lo sabe acaso él mismo?

"¡Ex-ecrable bandido! Yo quisiera en–

tregar tu nombr·e maldecido a la abomina–

ción del universo todo si pudiera, pero que

llegue al menos como signo de oprobio, de

horror y de vergüenza para todos aquellos

que perciban el eco gemebundo del quejido

que hoy arroja nuestro intenso dolor al

soplo de los vientos".

Ballivián viajó, en 1869, a Londres y allí

le sorprendió el nombramiento de cónsul

general de Bolivia, ·en la Gran Bretaña e

Irlanda, enviado por Melgarejo, habiéndole

respondido lacóQ.icamente: -"Devuelvo a

Ud. ese nombramiento que no puedo acep–

tar". Allí, más tard-e, recibió el llamado

de sus conciudadanos para que se hiciera

cargo de la presidencia de Bolivia.

Una vez en el país, asumió el poder. Pero

en enero de 1874, al sentir que declinaba

su salud, al adivinar quizá su próximo fin,

expidió, en Sucre, .un decreto resignando

el mando supremo en manos de Frías, y se

retiró a descansar en el campo. Expiró el

14 de febrero de 1874, en la misma habita-

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