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ta indiano y los descendientes de Incas y nobles peruanos existió, pues estos
le nombraron apoderado de las cay.sas que tenían ante el Consejo
de
para reclamar derechos que las Leyes de
·~a
les concedían, como excen-
•
c1on
de
tributos y otras; es muy fácil entrever "QUe Gercila:so simplemente
cobraba su trabajo u honorarios pidiéndoles datos de sus "archivos qua no
eran otra cosa que sus ".K'ipus" que hasta
pa~do
un siglo y casi hasta hoy
subsisten y en donde se llevaba cuenta estricta de todo lo acaecido y como
lo hemos señalado en otro capítulo de· este
traba.io;muy nimia es la razón
explicativa, pero ,90nvincente y para que no se espante el detractor. Po.
ul–
timo, si bieq es muy cierto que hubo barbarie y cerueldad
y
despotismo, en–
tre los
In~as,
como nos la pinta Sarmiento y lo comenta Levillier, es muy cier–
to también que una vez conquistadas las tribus andinas y costeñas, se les
ci–
vilizó y se les dió leyes y gobierno que procmó hacer la relativa felicidad
de esos hombres, al extremo que no hubo pueblo del
murl.doque llegara cc:r
m~
el Incásico a borrar la denigrante desigualdad de ricos y pobres y su
despotismo no dormía sobre el sudor del oprimido, como en
la
Persia y el
Egipto, sino sobre el paternal cuidado del gobernante a quien los humildes
le llamaban ''Waicha K'uyapayaj", el "compadecedor del pobre". Entre Sar–
miento, el gran español, y Garcilaso, el gran peruano, como historiadores de
.verdad,
~tes
de buscar discrepancias en
mi~ucias,
debemos encontrar a dos
voluntades que crean, a dos espíritus diferentes, pero que van hacia un mis–
mo ideal, a dos hpmbres que se
cqmplem~ntan
para lograr una meta.
Hay en el Inca Garcilaso de la Vega una voluntad férrea y grandiosa
pa–
ra imponer "los valores peruanos aún inás allá del Continente, en todo el: mun–
do, como que sólo así se podía formar una nacionalidad; ep él existe una per:
suación por su, sano y legítimo ideal de pe!Jlanidad que desde que se le lee
no se le puede resistir y convence plenamente a su causa; hay en sus re–
latos una descripción tan patética que todos los cronistas juntos no nos ·habrían
podido hacer conocer. al Perú como él, con razón se le ha llamado
el
Herc:r
doto de América y a su obra la Biblia de la Americanidad; hay también im–
parcialidad, serenidad y nobleza
~
admira y subyug'a, cuando con
eQuili–
brio' moral admirable, es el más grande indianista y a la par el más fervoroso
hisapnista, vale decir, el mestizo centrado y definido, el verdadero peruano.
Por este;>, otro argentino ilustre y gran americanista, don Ricardo Roias, en el
prólogo
a
los
"C~mentarios",
edición de
1943,
dice: "Envidiable fortuna la del
Perú independiente· que puede contar en su patrimonio histórico un hombre
como
Garcilaso
y un libro como los
Comentarios,
cuya raíz ahonda en el
Perú aborigen; pero en virtud de ello mismo, el ámbito geográfico de tal obra •
extiéndese más allá de Quito y más acá de Chateas, por donde otras nadc:r
nes, ·incluso la Argentina, comparten su
po~esión.
A ese libro .debemos la
noticia sobre la incorporación del Tucumán al Imp'erio del Tawántinsuyo, du–
rante el
reynac:l.odel Inca Wiracocha. Con su lectura empezó mi devoción
personal por Garcilaso, a quien mucho debo en mis estudios indófilos. No
hay mejor libro para despertar en nuestros jóvenes la vocación de nuestra
•